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El odio antiperonista no perdona ni a los niños huérfanos

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Tuve un tío, hijo del primer matrimonio de mi abuelo, que fue gobernador de Salta y que después del golpe de 1955 fue acusado de "traidor a la Patria" por haber sido funcionario peronista. Carlos Xamena había sido enfermero y por eso es considerado "el primer gobernador obrero".
Trabajando en el hospital se convirtió en dirigente gremial, luego fue elegido diputado y senador provincial, dos veces intendente de la capital, vicegobernador y gobernador de Salta hasta junio de 1952. Luego ocupó una banca en el Senado de la Nación hasta el derrocamiento de Perón.  Es recordado por la gran cantidad de obras que gestionó para la vecina provincia.

Al momento del golpe militar de septiembre de 1955, Carlos Xamena estaba internado en un centro de salud de Buenos Aires afectado por una grave enfermedad. Sin embargo, fue puesto bajo vigilancia policial. Como otros tantos detenidos políticos, fue hostilizado física y moralmente hasta ser acusado de “traidor a la Patria”. Regresó a Salta detenido y fue internado en el Hospital del Milagro, donde años antes había sido enfermero. Allí permaneció por un tiempo con vigilancia a la vista hasta que, desahuciado por los médicos, se le permitió pasar a su domicilio, siempre con un centinela en la puerta.

“Cuando ya se estaba muriendo -recordó Amadeo Sirolli en sus exequias-, el nuevo interventor federal de la provincia, Nougues Acuña, lo indultó de la infamante acusación de traidor a la Patria”. En su casa, Xamena nunca pudo abandonar su lecho de enfermo hasta que finalmente el 7 de mayo de 1957 expiró a la temprana edad de 46 años. Miles de personas provenientes de las clases obreras se encolumnaron tras su féretro y lo condujeron a pulso hasta el cementerio. Fue una gran manifestación de dolor popular.

La familia Xamena, en esa época, sufrió una cruel discriminación de parte de la sociedad salteña, dominada siempre por el sector oligárquico ultraconservador. Su viuda debió ganarse la vida cosiendo ropa. Y a los chicos tampoco les tuvieron piedad, según me contaba Miguel Xamena -hijo de Carlos- que en esos días cursaba la escuela primaria, junto con su hermano Carlos (h). "Un día me dice la maestra que vaya a la dirección porque la señora directora me hacía llamar - recordó-. Eso era algo terrible. Que a uno lo llamen a la dirección significaba la peor humillación, pero yo no entendía qué había hecho para merecerlo".

Sin ofrecerle ninguna explicación, la directora le ordenó pararse en un rincón, de cara a la pared, y lo tuvo así durante horas, aún después de que terminó la jornada y todos los demás chicos se fueron a sus casas. "En lo que yo estaba ahí parado, ya con calambres en las piernas, me animé a volver un poco la cabeza. En el otro rincón vi a mi hermano Carlos, también de plantón contra la pared", contó Miguel. El castigo se repitió al día siguiente, y al otro, durante semanas y meses. Los niños estuvieron a punto de perder el año, por no poder asistir a clases.

Gracias a que unas maestras solidarias les impartieron clase secretamente en sus casas particulares, los niños pudieron salvar el año lectivo. Pero jamás se borró de su memoria aquella humillación que, sumada al dolor por la muerte de su padre y la lucha por la subsistencia de su madre, fue la venganza contra ellos de una clase de persona despiadada y falta de escrúpulos, que abusó de su poder. Nada soprendente en un país donde años más tarde los abusos de poder tomarían la forma de un Estado terrorista, que torturó y asesinó a miles de inocentes.

El antiperonismo, nacido en la década de 1950 y alimentado por sectores sociales de raigambre oligárquica, transmitió su sentimiento de repulsa a una parte de la sociedad de clase media, con la complicidad de los partidos políticos rivales. Principalmente, el radicalismo. No cuesta entender el porqué de tanto odio contra el peronismo, de parte de sectores que fueron siempre privilegiados y se aprovecharon de la mano de obra esclava del pueblo, hasta que Perón les puso límites legales.

Sí cuesta entender el odio de parte de otros sectores, que recién después de las reformas peronistas disfrutaron de una calidad de vida que no conocían. Beneficios históricos, que no existían antes y que poco después de conquistados se olvidó quién los había instaurado: la jubilación, el aguinaldo, la jornada de ocho horas, los derechos de estabilidad laboral, de agremiación... y una larga lista, que convirtió en ciudadanos de verdad a millones de integrantes de una clase obrera que hasta entonces eran seudoesclavos de los poderosos.

Si hoy nos admiramos de la magnitud del odio antiperonista que manifiestan, por ejemplo, los foristas de La Gaceta o los que comentan en las redes sociales, vale reconocer que antaño no se odiaba menos ni de manera menos irracional.

Por Ricardo Reinoso