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Charla con Dardo Nofal, el señor de la "frase del día"

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Dardo Oscar Nofal, en una excelente foto, gentileza del Archivo del diario La Gaceta. Ampliar
Uno de los periodistas emblemáticos de Tucumán fue Dardo Oscar Nofal. Por muchos años. Por su probada cultura y manejo de la información, la sagacidad por descubrir el otro lado de la noticia y después por internarse en lo más profundo del sentir del pueblo cuando inventó su personaje de Bosip, cuya “frase del día” era esperada por miles y miles de lectores para deleitarse.

Lo perdimos definitivamente a los 77 años no hace mucho, en enero de 2017, pero hoy vale la pena recordar aquella entrevista publicada en el extinto diario El Siglo. Dardo Nofal nació en 1938, en Quebracho Coto, Santiago del Estero, pero desde los nueve años adoptó la ‘tucumanidad’. En el año 1966 lo convocó el diario La Gaceta, donde fue columnista y secretario de Redacción. También puso sus letras en novelas: Una lágrima para el cóndor (1995), La prisión de Bautista (2001) y Matar o morir (2006).

Tal vez muchos lo relacionen con "La frase del día", que se publicó entre 1985 y 2000 en el centenario matutino tucumano. Lo hacía bajo el seudónimo de Bosip, firma que surgió de las iniciales de la familia: B (Berta, su esposa), O (Oscar, su segundo nombre), S (Sebastián, su hijo mayor), I (Irene) y P (Paula, sus hijas mellizas).

Cuando Luis Monti, en ese entonces director editorial de El Siglo y director del suplemento literario "Caballo Verde", creado junto a Manuel Rivas, me dijo que tenía que entrevistar a Bosip, me agarró un dolor en la panza, como cuando le dan a uno una mala noticia. Para mí Dardo Nofal era el tipo más agudo, ácido, inteligente y parsimonioso del mundo. Por un amigo porteño que vivió unos años en Tucumán, ‘Lucho’ Guedes, había leído dos de sus novelas. “Para mí es el mejor escritor tucumano”, me dijo y en dos semanas devoré lo que encontré de aquel hombre bajo, flaco y algo desgarbado y de pesados lentes. La historia del perro ‘Togo’ en "Una Lágrima para el Cóndor" es una página que me ha acompañado y lo hará hasta que me muera. Eran esas historias del campo que yo amaba. Leerla me causó una profunda conmoción, parecida a la que Augusto Roa Bastos me generó cuando leí Hijo del Hombre. Era un reto grande sentarme frente a él; sentía la vergüenza de quien se ve en clara inferioridad de rapidez mental, de lecturas y quien tenía mucha ventaja en sus espaldas.

Mi única ventaja era la admiración por esas novelas que me conocía de cabo a rabo. Fue una charla inolvidable desde que lo contacté por teléfono: el chiste de los chismosos que prefieren las partes más visibles de un café y el haberme recomendado El villorrio, de William Faulkner.

Estuvimos en contacto varios años hasta que un día supe de su muerte. Siempre me pregunto por qué a algunas personas se llega a querer tanto con solo haberlas visto una vez. Tal vez Dardo me recordaba a mi padre; me inspiraba y me alentaba a ser el escritor que tengo dentro.

Todavía releo El Togo cuando me muerde esa nostalgia que persigue a los que emigramos del país y queremos que la tierra del pueblo vuelva a impregnarnos el alma.

“Te espero en ese bar de la galería que tiene sillas afuera, pero voy a estar adentro porque la exhibición es para las mujeres y los chismosos”, bromea por teléfono.

Parsimonioso, con una carpeta bajo el brazo, llega con zancadas breves, desganadas y sin alardes de puntualidad. Pedirá (desde una mesa, puertas adentro y fiel a su axioma personal) un cortado antes de entrar a bucear las dos novelas que lleva publicadas (Una Lágrima por el Cóndor y La Prisión de Bautista, finalista del premio Nación). Pasarán varios minutos hasta que adelante algo de la ficción que con correcciones ya espera la imprenta, y otros más para hablar de la que hornea sienes adentro.

El mozo lo saluda con confianza porque Nofal es hombre de bares. 

- ¿En qué porcentaje es autobiográfica su primera novela, Una Lágrima para el Cóndor?

Siempre, cualquier novela es autobiográfica. Esa parece más frontalmente una autobiografía porque tiene una narración de hechos de mi primera infancia. Son hechos que a mí me maravillaban, me llenaban de emociones, de miedos, de misterio, y fantaseo a partir de esos pequeños episodios irrelevantes para la historia social, pero muy relevantes para mi formación.

La pregunta se desliza porque el protagonista de la primera novela, cuyo personaje guarda idénticos mojones históricos con los del autor, es una sucesión de fábulas vividas en el campo, que continúan con hechos dolorosos durante la adolescencia en medio del Peronismo, y las eternas búsquedas de supervivencia moral y física de un periodista en los continuos procesos de reorganización nacional.

Nofal entrega en Una Lágrima... postales de lo que denomina “su primera infancia” en el calcinante Santiago del Estero, en Pellegrini, donde además del asombro, vivió ese “tedio de coyuyos y carros lentos y el misterio de los olores de la tierra”. Imágenes fuertes en su libro.

- ¿Cree que una novela es una sucesión de cuentos?

No, una novela es un cuerpo dramático, que puede tener sus parcialidades, sus etapas. El país es el personaje de mi primera novela, y es mi manera de contarlo, salvo que sea Churchill (Winston) y escriba seis tomos de quinientas páginas. - Abarca varios costados políticos de la Argentina. Si, la importación a destiempo del fascismo como sistema, que llega hasta el ’78, que es el apogeo del último “feliz” golpe militar; porque el país está lleno de “felicidad” a partir del 43.

Después de egresar del Colegio Nacional, el escritor que no tiene problemas para ignorar el bullicio del bar, ingresó a abogacía en la que no se recibió porque no le gusta “vivir de las peleas de la gente”.

En sus comienzos y durante tres años fue periodista del desaparecido diario Noticias y después desarrolló su carrera en La Gaceta por 34 años; donde con el seudónimo de Bosip, imprimió su humor en ‘La frase del día’.

- ¿Extraña ese ejercicio?

Sí la puedo extrañar, pero no en cierto sentido porque las hago todos los días y las gozan mis amigos, con lo cual ya me doy por satisfecho. Es un ejercicio de toda la vida.

- ¿Era una especie de alter ego?

En el fondo es reírse de lo terrible.

- ¿Otro Nofal?

Es que todo yo tiene su otro yo, el barniz mío es más bien dramático, en consecuencia, mi alter ego tiene que ser el revés de la trama.

- ¿Por qué optó por no recibirse de abogado?

La Argentina es un país donde un abogado (sobre todo el tramposo), puede vivir holgadamente porque es un país de gente “litigiosa”. Vive en litigio con el vecino, con el hermano y sobre todo con los que no tiene que tenerlo. Pero sí les digo a los chicos que me consultan y me dicen que van a estudiar periodismo: “no estudies periodismo, estudia derecho que es la que mayor cultura general te da”.

- ¿Quién lo alienta a ser periodista?

Raúl Galán (poeta jujeño ya fallecido), evocado en la novela. - El que dice: “Es necesario llevar dentro de uno un manso buey, de lengua tibia, que vaya lamiendo y curando el espanto”.

- ¿Le enseñó mucho esa frase?

Totalmente. Calcula, 30 años después me la acordaba de memoria. Él era un ser manso, un buey manso, un poeta fuera de serie, uno de los tres mejores que tuvo el noroeste con Manuel Castilla y Aráoz Anzoátegui.

- ¿Quién fue su gran maestro?

No tuve grandes maestros en el sentido de influir en mi trabajo, sí influyeron Manuel Castilla, Raúl Galán, El Flaco (Alberto Elsinger, fallecido colega y después, personaje escéptico, culto y trasnochado de su primera novela). Mis grandes maestros fueron los de la vida.

- Su padre, por ejemplo...

Mi viejo no era un maestro, era analfabeto. Lo único que me enseñó, y en eso sí fue un maestro, fue en tener el coraje de meterse en un lugar desértico, postergado y ahí fundar una familia; tener trece hijos (de los cuales él es el menor), pelearle a la vida, hablar en quichua antes que, en castellano, porque así conversaba con los carreros; en quichua.

De vez en cuando, repetirá durante la charla, una tos que se explica cuando vuelve a encender sus largos Bensson. “Chiquito, tráeme un cenicero”, exige con un tono amoroso e imperativo a la vez.

- Da la sensación que le veía razones a ‘El Flaco’, pero no quería...

Entrar en esa, porque ‘El Flaco’ era un nihilista. Un tipo que no tenía patrimonio, por ejemplo, ningún bien, ni siquiera documentos de identidad.

- Una de las partes dolorosas es en la que narra la muerte de uno de sus hermanos, y uno de sus personajes de 25 años habla de los paraísos perdidos.

No sé en qué parte, lo que es cierto es que a los 25 años había perdido dos hermanos, que son desgarros muy fuertes, terribles, pero no se puede decir que a partir de eso se perdieron todos los paraísos, que en realidad son los sueños que uno acuna en la primera etapa de su vida, y yo a mis sueños no renuncié nunca.

- ¿Cómo fue hacer periodismo durante la dictadura?

Creo que para lo único que sirven las dictaduras es para refugiarse en las empresas. Aunque no compartas ni por las tapas la política editorial, eso te daba alguna garantía de vida, y eso me pasó.Hay cosas que no cuento en la novela, de estar al borde de ser un desaparecido más; el treinta mil uno. En la época de Bussi era el acreditado en la Casa de Gobierno, pero durante su gestión nunca hablé con él. Tenía su jefe de prensa y yo le decía: “Deme el parte”. Yo después lo transcribía, lo “cocinaba” y lo llevaba al diario.

- Da la sensación de desencanto con el periodismo.

Para mí es una cosa mecánica, lo más correcta posible, sí. El trabajo periodístico típico de información, me dejó de interesar muy tempranamente. A los diez meses que entré efectivo era jefe de sección, si bien escribí muchas cosas, no volví a practicar lo informativo. Los cargos te sacan del trabajo de ir a buscar la información. Dejando de lado “secretos del oficio”, valen aquí unas líneas confesionales; la riqueza de las anécdotas y la calidad narrativa de Nofal, hacen que lo publicado después de las obligatorias “síntesis” parezca acotado, porque tal vez lo mejor de Nofal se queda en las mesas de los bares, como un secreto de confesión difícil de profanar.

- Cómo convivían en usted el periodista y el escritor.

Empiezo a escribir novelas cuando me despego del periodismo, a comienzos de los ’90. Me hartaba el ajetreo de una redacción, el hecho de empezar a tener la sensación de que nada cambiaría en el mundo; de que era la repetición con pequeñas variaciones de la misma historia. - Un poco de ‘El Flaco’ (personaje de Lágrima…) En el fondo es la explosión de ‘El Flaco’ dentro de mí. Seguimos viviendo en las cavernas, y la condición humana no ha variado mucho: nos seguimos matando como antes, odiando, persiguiendo como si la Inquisición estuviera más florecida que los lapachos. - ¿Que lo ayuda en ese escepticismo? Hay gente que le encanta viajar, buscar todas las formas de fuga, yo me meto adentro.

- ¿Qué es para usted la palabra?

Todo, la traducción del pensamiento, del conocimiento. Es el único invento maravilloso del hombre. Hoy se ha instalado la imbécil lucha entre la imagen y la palabra, pero es inventada; si lees El Villorrio, de Faulkner, desde que se escucha el tropel de caballos, hasta que se alejan y los últimos restos de polvo se posan de nuevo por el camino, pasan 30 páginas, y es una clase magistral de imagen.

Sobre la novela, el estilo y la voz. Acodado en la mesa, Nofal parece disfrutar del asedio de quien pregunta que tantos años lo tuvo del otro lado (del que pregunta), pero las señales de entusiasmo se encienden con todo el fulgor cuando habla de literatura.

- ¿Cómo arma la estructura de una novela?

Hay un lineamiento inicial, nada más. El resto es encontrar, y eso es intuición o conocimiento: qué vas a gobernar con la palabra. Es conocer cómo ligar la historia con tu estilo, por eso ves que hay una gran diferencia entre mis novelas.

- ¿Cómo encontró esa voz?

Nadie tiene un estilo cuadriculado, uniforme, inmodificable. El que no modifica cosas dentro de sí mismo, significa que está muerto.

-Pero sus personajes, sí guardan parecidos.

Totalmente, son terrenales, y en eso soy muy coherente, los personajes que pinto, que son mis novelas, son vividos por mí, dentro de mi experiencia. No vas a encontrar un ‘shusheta’; sí marginales, idealistas, luchadores. Menos ‘shushetas’; no entran los aristócratas, los burgueses salvo que de manera tangencial necesite uno. Media página y chau.

- Con dos novelas y una por publicar ¿se considera un intelectual?

No. Soy simplemente un narrador. Un intelectual es otra cosa, alguien que especula con sus conocimientos, los ordena y los exhibe de manera positiva. Yo no hago eso. Narro cosas en aparente armonía, pero que pintan el gran desorden que es la vida, de otros y de uno mismo.

- En sus novelas aparece un sedimento oscuro dentro de la sociedad.

En Tucumán confluyen cosas muy dispares que en otros lugares no se dieron, por eso es díscolo, agresivo y lo demuestra hasta en el humor. No hace chistes sencillos, picarescos...

- Más bien corrosivos...

Más que eso, son puñaladas con humor. Aquí se dio un fenómeno muy particular. Convivieron dos proletariados diferentes: el campesino sencillo, que cuando tenía amargura hacía una zamba, se sentía tomado por la tierra, entregado y perteneciente a la tierra, por más que no fuera de él, pero era él. Ese hombrecito de vida mansa anda sin otra esperanza y placer más que los de andar el día, ver el sol, cómo le aprieta la mollera al mediodía, gozar del silencio, de su vida familiar. Ese hombre comienza a vivir con el proletariado industrial, que es otra cosa.

- ¿Cómo es?

El proletario urbano es el que nace alrededor de lasfábricas, el que practica la protesta, busca la reivindicación social, las condiciones laborales, con una conciencia política. Conviven porque alrededor del ingenio semezclan las casaslevantadas por el ingenio donde viven los obreros, con los obreros del campo. Estarán separados sus sindicatos, pero viven juntos y se influencian.

- Eso crea a su vez algo diferente.

Eso produce esa mezcla de humor herido e hiriente, es un humor amargo, el ánimo de la pelea, el tipo callado que explota, el que quiere pelear por cualquier cosa. Son historias de centurias y de milenios que estallaron en un lugar geográfico también muy influido por la cultura incaica y el norteño.

- Justamente en su segundo libro hay una búsqueda de identidad.

Esa búsqueda individual es también una búsqueda colectiva, la gran desgracia de un país que ha perdido identidad. A tal punto de no saber el argentino qué es. No hay una burguesía nacional, ni un proyecto, nada. Kirchner cuando habla, habla mal de Duhalde, el máximo anuncio que hace es un aumento para los jubilados de abajo, de 40 pesos y quedan chochos de la vida ¿porqué?, ganan 200. Hablan mal del Fondo Monetario, pero nunca nadie le pagó tan al día.

- No es optimista con este gobierno. 

Néstor Kirchner ahora (año 2004) dice que va a mandar un proyecto para elevar a un seis por ciento la participación de la educación en el presupuesto nacional. ¿Sabes cuánto era en el gobierno de Arturo Umberto Illia que el peronismo ayudó a voltear?: 18 por ciento. Tres veces más.

- ¿Sufre con sus personajes?

Con la segunda novela he llorado como hijo de puta. Una vez le escribí una carta a una amiga y le decía: Bautista me prestó la máquina por un rato. Había escenas que me hacian llorar. La historia (un niño que huye de la casa de sus padres durante la dictadura y que va a dar a una villa miseria) es algo que me contaron y que lo recreo dramatizándolo. La muerte del Pabli me jodió tanto, pero a todos los personajes, los trato con mucho cariño, con mucha piedad. Porque el pobre puede ser también muy amoroso.

- ¿Cómo se da cuenta que debe cerrar una novela?

Cuando la historia se vuelve arrolladora necesitas ponerle fin. Como las pesadillas, llega un momento que ves que tu hijo está enganchado en un balcón y se está por caer, y das un salto y te despiertas. Hay que ponerle fin a ese sueño. Entonces pones fin.

- Uno de sus trabajos comienza con una traición, ¿las ha padecido mucho?

Traiciones he tenido muchas, pero es habitual, forman parte de la vida. Qué te vas a admirar después de Judas, después de Caín. Cuando siembras viento,sabeslo que vas a cosechar. Eso sí, se te van la conciencia y el alma, se te mete la culpa hasta el fondo cuando traicionas a un ser con conciencia de que no merece tu traición.

El mismo hombre que vio los cuerpos decapitados de obreros de los Talleres de Tafí Viejo cuando venían en el techo del tren para apoyar a Perón en el 55, cerrará esa tajada de la historia de nuestro país cuando esté en las librerías Dos Rengos Feroces, la próxima novela que tiene que “matar”, es decir, publicar. “Es una historia jodida, con un tema subyacente que es la mierda de la postergación argentina, de su famosísima guerra por la organización nacional, que no se organiza jamás, y que nació en los albores de la Revolución de Mayo y que sigue hasta hoy. Ni la Constitución del ’53 pudo tener la virtud de amalgamar al país. Este es un país en el que Perón llegó a decir: “al amigo todo, al enemigo ni justicia”, y lo dijo un presidente de la república...,que es el más grande líder del Siglo XX.”

Una de las preguntas se queda trunca al final, porque cuando empezaba: “frente a la computadora...”, Nofal completa gustoso: “nunca me vas a ver, y quieres que te diga porqué”, se ofrece, y detalla que escribe con una Lexicon 80 Olivetti porque compara: “es como tocar el piano. Si hay algo que tiene, es la musicalidad de las letras”. Con esa máquina que por estos años solamente podría encontrarse en alguna dependencia policial, seguramente trazará el proyecto que se centra esta vez en el rescate de grandes personalidades del Siglo XX. “Era la columna “Evocaciones”, para el diario con la que he conseguido cosas extraordinarias: como quién fue la modelo de la estatua de la Libertad, de Lola Mora, que cuando posó tenía 16, y le hice una entrevista a los 95: era la madre de Luis Alberto Lobo de la Vega.

- ¿Cómo son sus días en esta etapa de su vida?

Como los de todos los seres humanos, se componen de momentos muy infelices, más o menos infelices, muy felices y más o menos felices. Si te manchas el pantalón porque la puerta del taxi está mal engrasada, ya tienes tres horas de amargura y quieres salir a quemar taxis...

- La frase del día...

La frase del día, sí, la puedo extrañar, pero no en el sentido de hacerla todos los días. Escribo diez frases que gozan mis amigos, con lo cual, ya me doy por satisfecho; es como un ejercicio diario y de toda la vida. Hay una cuarta novela pensada, y propuesta, cubriendo 25 años de Tucumán, desde que empieza la “Frase del día”, hasta el 2000. Había una mujer que las juntaba a todas, un buen día me dice toma te traigo un regalo, envuelto con celofán; todas las frases: Eres tú el que está adentro.

- Era su alter ego.

En el fondo es reírse de lo terrible, y que tiene valor colectivo.

- Era otro Nofal.

Es que todo yo tiene su otro yo; el barniz mío es más bien dramático, en consecuencia, mi alter ego tiene que ser el revés de la trama.

- ¿A quiénes extraña de las tertulias?

A Aurelio Salas, ‘El Flaco’ Elsinger, Walter Adet, Jacobo Regen, dos poetas salteños.

- ¿Es un hombre de hacer balances?

Espero poder hacerlo al momento de morir, si me da el tiempo. A veces creo que el periodismo fue una gran ilusión. Pero también que sigue siéndolo. No pienso capitular. Eso me empuja a vivir. Frente a la imagen vertiginosa quisiera erguir de nuevo el pensamiento y la palabra escrita, esa que el viento no se lleva. Amo la palabra, me duele la palabra, pero es un dolor vecino del placer y de la verdad"./(*) Entrevista de Luciano Núñez - suplemento “Caballo Verde” del Diario EL SIGLO