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El Estado debe controlar, sancionar y prohibir el uso de motos y vehículos 4x4 en áreas protegidas

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Enduristas practican su deporte sin autorización. Ampliar
La presencia de enduristas en los cerros tucumanos es cada vez mayor. El goce personal en detrimento de la sociedad y del cuidado del medio ambiente. Por Pablo Collavino, Guardaparque Nacional- jubilado.

Hace unos días vi unos que circulan en las redes sobre un viaje de enduristas desde Tafí Viejo a Raco, circulando por las sendas de los cerros que son parte del Parque Biológico Reserva Natural Sierra de San Javier (UNT) y me causó mucha decepción y otros sentimientos.

El impacto del humano en las áreas naturales protegidas es cada vez mayor debido a un “retorno” a la naturaleza que se da en las clases medias y altas, que disponen de medios económicos y de tiempo para hacerlo. Saturados de “civilización” y “urbanidad”, cada vez más personas acuden a esas áreas buscando distraerse, disfrutarlas, o “desenchufarse” de la cotidianeidad urbana.

Encontramos así personas que sólo quieren transitar por ellas, de manera segura y agradable. Están los que buscan “reconectar” con la naturaleza, y desean silencio, tranquilidad y algo de paz. También los que disfrutan caminando y mirando, aprendiendo sobre plantas, árboles, aves y otros animales. Unos pocos desean un contacto más estrecho y se aventuran en caminatas de varios días, buscando algo así como la “esencia” de un área natural.

Todas estas actividades provocan un impacto: aperturas de sendas espontáneas (aquellas que no son diseñadas por los administradores del área), dispersión de basura, desplazamientos de algunas especies de animales que no soportan la presencia humana, incremento de otras que se adaptan al humano y comienzan a depender de la “basura” orgánica de los visitantes para su alimento cotidiano, entre otros menos fáciles de detectar, pero no menos graves.

O sea, no hay uso de un área sin que ello implique un impacto negativo en ellas. Es el precio a “pagar” para que sean apreciadas y disfrutadas. Todo administrador lo sabe y obra en consecuencia. Se permiten ciertos usos, se limitan otros, se prohíben varios. Verbigracia, podés caminar, pero sólo por las sendas habilitadas, y no se puede hacer fuego.

La idea que predomina a nivel mundial es que el público pueda visitar las áreas y disfrutarlas, pero con una planificación previa que implica minimizar el impacto (inevitable) provocado por esa visitación. Para que sea perdurable en el tiempo y aprovechada por muchas generaciones. Pensar a futuro. Algunas actividades no se permiten para poder garantizar que, en 5, 10 o 50 años, el visitante pueda tener una experiencia no sólo igual a nosotros hoy sino, incluso, mejor.

La práctica del endurismo, del ciclismo de montaña (mountain bike), de las travesías en vehículos de cuatro ruedas todo terreno (las 4x4 y cuatriciclos) y el tránsito de caballos, va en contra de todo lo expresado antes. Va en contra de la protección y conservación de las áreas protegidas. Contaminan acústicamente provocando desplazamientos de fauna, deteriorando flora con gases de combustión y pérdidas de aceite y/o combustible por rotura y/o reaprovisionamiento en medio de la travesía. Deterioran la calidad de la visita del resto de los usuarios del área con el ruido, el desplazamiento y el peligro de accidentes. Y, como no menos importante, EROSIONAN muchísimo las sendas utilizadas.

En todo el mundo hay estudios respecto a cuánto erosionan los senderos un caminante, una bicicleta, una moto o un cuatriciclo. Y todos coinciden en que el impacto provocado por medios de transporte son notablemente mayores. En épocas secas, el polvaredal que levantan es muy grande, aflojando el suelo en varios centímetros de profundidad. Una lluvia posterior, “lava” ese sector iniciando un proceso de erosión que deriva, de acuerdo a la pendiente de la senda, en cárcavas o zanjones de decenas de centímetros y hasta metros de profundidad. En épocas de humedad, vuelan trozos enteros de suelo, en forma de barros, provocando el mismo efecto posterior.

De esa manera, el “disfrute” de 5 o 10 personas va en detrimento del de decenas o cientos (o miles) de visitantes que ven deterioradas las sendas y su entorno. Va en contra del fin último de las áreas protegidas, que es su conservación para el disfrute de las generaciones venideras (los beneficios ecológicos que brindan cotidianamente es otro tema, y muy largo para desarrollar en este momento).

Las asociaciones respectivas deberían incentivar un uso responsable de sus vehículos a sus asociados. El individuo, como persona pensante, debe hacer uso responsable de sus vehículos. El Estado debería estar presente en sus tareas de contralor y sanción a quienes pongan por delante su disfrute personal por sobre el general, pues violan normas que hacen a un mejor vivir, a un devenir como sociedad que debería interpelar a cada individuo sobre si sus acciones se corresponden a dejar un mundo mejor a los que nos sucedan.

Aquellos que desean probar su caballo, bicicleta, moto, cuatriciclo o camioneta porque “¡para eso la compré!”, deberían buscar áreas para desarrollar sus actividades sin que eso suponga un deterioro del capital colectivo invalorable como lo son las áreas naturales protegidas.

Por Pablo Collavino, Guardaparque Nacional- jubilado.


Quien es Pablo Collavino
Estuvo en Parques Nacionales Los Glaciares, Perito Moreno, Lihue Calel, Quebrada del Condorito, Sierras de las Quijadas y Bosques Petrificados. En Glaciares trabajó dos años en zona sur, cuatro en centro y dos en el norte (Glaciar Moreno, Intendencia y Chaltén). 25 años en la Administración de Parques Nacionales (uno en la Escuela de Guardaparques).