Este domingo 26 de octubre se realizaron las elecciones para diputados y senadores nacionales en todo el país. La participación electoral fue del 67,92%, según informó el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Si se compara con los datos históricos de la Dirección Nacional Electoral, dependiente del Ministerio del Interior, se trata del valor más bajo en elecciones legislativas desde la vuelta a la democracia. El registro previo más bajo había sido en las elecciones de medio término de 2021, cuando la participación alcanzó el 71% del padrón electoral, en un contexto marcado por la pandemia de Covid-19.
De un total de 35.722.397 electores habilitados para votar en todo el país, concurrieron a las urnas unos 24.263.248. De este modo, el abstencionismo pasivo (personas que deciden no votar) alcanzó al 32,08 % de la población argentina en condiciones de ejercer su derecho -y deber- cívico. Esa cifra es 6 puntos mayor que la alianza más votada. Con 9.341.798 votos, La Libertad Avanza obtuvo 2.117.351 voluntades menos que la cantidad de electores ausentes. Si a ese porcentaje se suma además lo que se conoce como abstencionismo activo o voto en blanco (664.994) y los votos nulos (597.938), estamos hablando de que cerca de 13 millones de personas no votaron por ninguno de los candidatos. En 2023 esa cifra había quedado ligeramente por arriba de los 9 millones. En este punto vale aclarar que de los votos nulos, probablemente un número importante se deba a errores vinculados al debut de la boleta única. No obstante, siguen siendo votos que no fueron para nadie.
Al considerar la totalidad del padrón habilitado, el espacio más votado el domingo apenas logró seducir al 26,15 % del total. La segunda fuerza, el peronismo, se alzó en cambio con el 20,39 % de apoyo de los argentinos. Se trata de porcentajes realmente bajos de aceptación, que ponen de manifiesto que Argentina atraviesa por una crisis de representación cada vez más profunda.
El fenómeno se repitió durante todas las elecciones que se desarrollaron este año. El promedio de los 10 comicios provinciales que precedieron a las nacionales se mantuvo por debajo del 60 % de participación, tocando pisos históricos. Varios estudios cualitativos recientes señalaron que no se trata solo de desinterés, sino que muchos votantes ven en la abstención una forma de expresar rechazo al sistema político en su conjunto. Es por eso que, más allá de la algarabía circunstancial por el triunfo, estos datos deberían encender alarmas en la Casa Rosada, pero también en los bunkers opositores. Porque la apatía y la desconfianza hacia la dirigencia política, que fueron los principales motivos del alto nivel de abstencionismo, pueden erosionar la legitimidad del sistema y provocar un sisma institucional. En un país que pasó por un 2001 como Argentina, estos indicadores no deberían ser tomados tan a la ligera.
En un contexto de extrema polarización, de desequilibrios económicos constantes, y de radicalización de los discursos políticos, una mayor cantidad de personas se ve cada vez más lejos de la política y de sus dirigentes. En ese sentido, los abstencionistas, lejos de ser actores pasivos, se transformaron en el factor más determinante de las elecciones. Que cerca de 13 millones de argentinos no fueran a votar, votaran en blanco o anularan su voto, es una demostración cabal de que una parte cada vez más importante de la sociedad no se siente representada por la clase política o hasta la cree responsable de todos sus males.
Muchos especialistas observan en el récord de ausentismo un síntoma de la desgastada relación de la ciudadanía con los dirigentes. Entre los factores que pudieron incidir en este comportamiento, según varias encuestas, se destacan la desconfianza en las instituciones y en los partidos políticos, percepción de corrupción en la clase política, falta de propuestas que respondan a las necesidades ciudadanas, sensación de que el voto no produce cambios reales, cansancio ante campañas negativas o de polarización extrema, proliferación de noticias falsas y desinformación, así como sentimientos de desencanto por promesas incumplidas.
Que el porcentaje de no votantes supere a todas las fuerzas políticas es algo bastante inusual para un país como Argentina, en donde el voto es obligatorio y donde la media histórica se ubicó en torno al 80% desde el retorno de la democracia. ¿Conviene entonces comenzar a considerar al abstencionismo como un actor político en sí mismo? Hay quienes piensan que sí. Otros, en cambio, lo interpretan como parte del proceso de reconfiguración del mapa político post-Milei. En estas elecciones quedó confirmado que los votantes que en 2023 optaron por opciones “antisistema” hoy muestran una alta tasa de desmovilización. Gran parte de la ciudadanía aún no encuentra una representación clara y elige castigar, ya no votando en contra "de", sino directamente no votando. El mensaje, aunque silencioso, es claro: la mayoría de los argentinos no quiere que lo represente ninguno de los dirigentes actuales. En ese contexto, la renovación no solo es una necesidad, sino ya una urgencia.
