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No puede jugar al fútbol y cose pelotas hace 35 años

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A los 9 años, “El Tilingo” como lo conocen en Concepción, contrajo poliomielitis que le afectó sus piernas y nunca más pudo volver a patear una pelota de fútbol. Su madre,modista, le inculcó el oficio

Eduardo Peralta tiene 46 años y hace 35 que cose pelotas de fútbol. Con solo 9 años una enfermedad afectó sus piernas y no pudo patear nunca más una pelota.

Cabeza rapada, sonrisa espontánea y pegadiza, siempre rodeado de pelotas de diferentes colores, temprano en la mañana comienza a desarrollar su oficio. La habitación donde trabaja diariamente, es sencilla y tiene poca luz artificial; a él le gusta trabajar en su silla pegado a una ventana que da a la calle. Un viejo grabador le pone melodías folklóricas al ambiente. Desde su costurero se asoman dos agujas, hilos, cueros en forma exagonal y cámaras de goma, todo ello asentado prolijamente sobre una mesa de madera que acusa marcas, que parecen heridas cicatrizadas por el paso del tiempo.

A los 9 años, “El Tilingo” como lo conocen en Concepción, contrajo poliomielitis que le afectó sus piernas y nunca más pudo volver a patear una pelota de fútbol, deporte que ama con pasión.

Cursó sus estudios primarios en la escuela Uladislao Frías de “La Perla del Sur”, lugar que lo ayudó a insertarse sin problemas dentro de la comunidad educativa. Durante los recreos “la canchita”, que existe aún en la escuela, se colmaba de alumnos de diferentes grados que conformaban equipos donde jugaban un “picadito” de 10 minutos. Pese a sus problemas de motricidad era el elegido por sus compañeros para ser el arquero.

“(Risas) ¡Qué lindos recuerdos! Mis compañeros eran de lujo aún me cruzo en la calle con algunos ellos como Rubén González y “El Gallego” Álvarez entre otros changos, con quienes pasé parte de mi infancia. Los picaditos eran emocionantes y toda la escuela iba a vernos. Yo quedaba en el arco, era un gran arquero difícil de batir. No era fácil hacerme un gol tengo brazos largos y fuertes y los arcos eran pequeños, así que, cubría casi todo el espacio. El dueño de una empresa fúnebre que estaba en frente de la escuela, me acuerdo, nos regalaba unas gaseosas solamente para vernos jugar”, cuenta sonriente y con la mirada fija hacia la calle.

Es un ferviente católico y un asiduo colaborador de la Iglesia. Con un grupo de amigos ayuda a un comedor en un barrio carenciado de la localidad de Alto Verde a 3 Km. al sur de Concepción, donde todos los sábados cocinan para más de un centenar de niños.

Su fe en Dios le sirvió para sobrellevar su enfermedad y poder ayudar a personas con otras problemáticas. En el 2011 junto a un reducido grupo de argentinos viajó hasta la Ciudad del Vaticano a participar de la canonización Luis Guanella, fundador de la Congregación de Hijas de Santa María de la Providencia y de la Orden de los Siervos de La Caridad, donde conoció al Papa Benedicto XVI, un sueño que tenía desde pequeño que pudo cumplir y que no olvidará jamás.

Vive con su madre, que es costurera de toda la vida, ella siempre lo apoyó para que se desarrolle en el oficio de restaurar pelotas de fútbol ya que desde pequeño tuvo una increíble destreza en sus dedos. A los 10 años concurrió a un taller especializado donde aprendió finamente el trabajo, que reconoce, se va perdiendo debido a la industrialización y a la importación de pelotas que se consiguen baratas y descartables.

“Cuando tenia 9 años yo vivía en Alpachiri (un poblado distante a 18 Km. al oeste de Concepción) hubo en esos años una epidemia de polio que lamentablemente me afectó y perdí la posibilidad de caminar. Igual soy un agradecido de la vida, siempre me apoyé en mi vieja y por supuesto en Dios. Hoy puedo vivir de mi oficio pese a que cada vez la industria de las pelotas se encarga de hacerlas más descartables, es decir, se rompen y no tienen solución no son como las de antes”, cuenta Eduardo un poco resignado por la realidad. En la actualidad quedan pocas personas que se dedican a coser pelotas de fútbol sin embargo algunos zapateros realizan esta tarea, como un complemento, pero no tienen el conocimiento real del trabajo.

“Zapatero a su zapato (risas). Hay gente que arregla zapatos y alguien le lleva una número 5 y le hacen cualquier cosa con tal de sacar unos pesos. Cuando comencé con esta labor mi madre, que veía que tenía condiciones en mis manos para coser, me envió con sólo 10 años a un curso que se dictaba en San Miguel de Tucumán. Un profesor que venía desde Córdoba nos enseñaba. Estábamos horas cosiendo cueros y como todo, tenés que conocer los secretos y las técnicas para hacer un buen trabajo, por suerte yo las aprendí y bien. En eso años no sólo cosía pelotas sino también los números de las camisetas de equipos de fútbol barriales, guantes de arqueros y arreglaba pelotas de básquet y de vóley. Además tenés que tener las herramientas específicas. Mi costurero es completo no faltan las agujas (los balones se cosen a dos agujas), hilos, cueros en forma exagonal, cámaras de goma, pegamentos y parches. Te repito todo trabajo tiene su secreto”.

En estos 36 años han pasado por sus manos miles de pelotas que reparó y por suerte sin quejas de sus clientes. Eduardo como especialista en la materia y un apasionado del fútbol señala que la industrialización y la importación de pelotas, que se consiguen baratas y descartables, han producido que este trabajo sea una “especie en extinción”.

“Antes las pelotas que conseguías eran increíbles. No sé si te acordás, tenían pintados sus gajos con los colores de Boca, de River, de San Lorenzo, esas eran todo terreno. Eran de cuero, cuero y siempre tenían arreglo, se le descosía la costura un poquito y sacabas la cámara, la parchabas o ponías otra (depende del estado en que estuviera), y en 20 minutos ya estaba esa número 5 en la cancha. Ahora las pelotas no tienen costuras y tampoco cámaras, si bien se hacen con otra tecnología, vienen plastificadas con materiales sintéticos que te permite mojarla sin problemas pero si se rompe no tiene arreglo. Hace unos días un chico me trajo una Brazuca con la que se jugó el Mundial en Brasil. Este balón tiene seis paneles de poliuretano que se unen para mantener el mismo peso y la misma redondez incluso en la lluvia, es increíble, pero si se pinchó como en este caso no tiene arreglo, esas pelotas están fabricadas para jugar en lugares cerrados no para una canchita del barrio”, comentó, mientras nos mostraba la pelota pinchada.

Desde el inicio de los mundiales de fútbol a principio del siglo pasado hasta la fecha las pelotas han sufrido continuos cambios buscando la perfección para el mejor dominio de la misma por parte de los jugadores. En el mundial de 1930 se usó balones de tiento, con gajos rectangulares y estaban rellenados con una vejiga para darle consistencia. Más tarde en México 1970 las pelotas naranjas de cuero fueron finalmente desechadas, dando paso a las tradicionales pelotas de color blanco con cascos negros poligonales.

“Por suerte hoy todavía algunas marcas como Topper y Adidas siguen fabricando las pelotas de cuero con los tradiciones 20 gajos hexagonales y 12 pentagonales y cámara. Durante la semana gracias a Dios tengo trabajo, muchos amigos que juegan en clubes de la cuidad me traen los balones para arreglarlos y claro los niños también. A propósito, no sabés lo que se siente cuando le entregás a un niño su pelota arreglada, es una satisfacción única, su mirada y la sonrisa te dicen todo”, señala con lágrimas en los ojos. Pero su vida no solamente gira alrededor de su trabajo. Es un ferviente católico y asiduo colaborador de la iglesia. En 2011 gracias al apoyo de unos compañeros pudo viajar a la Ciudad del Vaticano para participar de la canonización de Luis Guanella, fundador de la Congregación de Hijas de Santa María de la Providencia y de la Orden de los Siervos de La Caridad, donde conoció al Papa Benedicto XVI.

Además hace poco más de 10 años, abrazado a la fe cristiana católica, junto a un grupo de amigos ayuda a un comedor en un barrio carenciado de la localidad de Alto Verde a 3 Km. al sur de Concepción donde todos los sábados cocinan para más de un centenar de niños.

“Siempre me apoyé en Dios y como te dije anteriormente es mi sostén diario. Trato de trabajar por el bien común ayudando a las personas que más lo necesitan y de esa manera le agradezco al Señor por todo lo que me ha dado. En el 2011 tuve la suerte de conocer el Vaticano y participar de la canonización de Luis Guadella, del cual soy un seguidor de su orden, fui la única persona que viajó en representación de Tucumán. Ahí pude verlo en persona al Papa Benedicto XVI. Esa fue experiencia increíble, porque conocí a mucha gente de diferentes partes de mundo con quienes aún mantengo contacto a través de cartas. Respecto al comedor que funciona hace más de 10 años en la capilla de San Camilo de Lelis, en un barrio muy pobre de Alto Verde, ahí cocinamos todos los sábados para más de 100 niños. Este también es un grupo genial de amigos que nos juntamos y que no tienen pereza para trabajar por los que menos tienen. Sólo procuro devolver todo lo que Dios me ha dado y sigue dándome”, concluyó.

Por Rafael Medina