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"Siento un gran vacío en mi vida, el vacío de Dios"

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Héctor Tizón (1929-2012), escritor, periodista, abogado y diplomático, en Yala, Jujuy. (*)

Recuerdo que un día Luis Monti, director del periódico El Siglo, llegó a la redacción con el ánimo de quien acaba de acertar a la quiniela. Dejó la boina en el perchero y extrajo un sobre reluciente e inquietante; desde ahí mi expectativa crecía como la de un niño. “Tengo algo para vos”, me dijo y me apartó para enseñarme el contenido: era la invitación para la entrega del Doctor Honoris Causa a Héctor Tizón por parte de la UNT. “Este va a ser tu próximo entrevistado”, me dijo con la picardía que alcanzan los buenos periodistas.

Uno de sus tantos amigos de esa hermosa cofradía nos consiguió un teléfono y, a los pocos minutos, estaba pactando la visita a Jujuy con el propio Tizón. Además del sobre, ‘Carapálida’, Luis Pascual Monti, traía un pesado libro de la antología de cuentos del autor originario de Yala, Jujuy, y me fui a la biblioteca municipal a buscar la única novela que tenían: La Belleza del Mundo, porque en la librería estaba agotada.

Leí todo lo que pude antes de partir con cierto sentimiento de culpa; porque lo doloroso y dramático para la redacción, era que llevaba conmigo un verdadero tesoro: la única cámara digital que tenía El Siglo. La precariedad con la que competíamos, no permitía el viaje del fotógrafo que armaba todo el escenario: ‘Gringo’ Suárez. Aun así, dábamos una pelea dignísima, con lo mejor que teníamos para armar cada edición. Solo me dio la bendición el ‘Gringo’ y una breve explicación de cómo se enciende y cómo se apaga la minúscula cámara. “Ella va a hacer todo solita”, dijo como quien se refiere a una persona.

La experiencia valió mucho porque era un desafío enorme para mí. Representaba Tizón a esa estirpe de escritores de una generación que comenzaba a irse, a vivir los últimos fulgores; venía cosechando lo sembrado con la pluma y el honoris era uno.

El paisaje humano de Jujuy me entregó ese color que tiñe a los cerros pintados, el aroma del café callejero y la amabilidad del norteño, que es más grato que un pedazo de pan recién horneado. Fue la primera prueba de fuego para Caballo Verde que inauguró con esta el formato de suplemento.

Como en casi todo este inolvidable ciclo, nos peleamos con los diseñadores por cada milímetro del espacio otorgado para meter más fotos y recortar un poco la nota. En mi juventud primera, no quería dejar nada afuera. Con el tiempo, uno va aprendiendo que lo bueno, si breve, es dos veces bueno. Sin embargo, es bueno recorrer el camino mirando todos los detalles de esos amaneceres y poderlos rescatar como hoy, que volvemos a escuchar esa voz desesperada que pide a gritos creer en Dios; acaso una señal. Héctor me regaló el entorno de su casa, su valioso tiempo y, más que nada, sus ideas que podrán guiar a los jóvenes escritores que comienzan a empuñar la pluma.

Héctor Tizón, escritor jujeño: afirma, “siento un gran vacío en mi vida, el vacío de Dios”; la necesidad de la existencia de un ser supremo del que dice, “puede llegar a existir, pero no lo puedo sentir”.

Habló con Caballo Verde, sobre su último libro La Belleza del Mundo; de la piedad; de Yala; de sus maestros; de su cena con Jorge Luis Borges y de sus perros. Como si fuera un trabajado sedimento por el río Grande de Jujuy, la casa del escritor se levanta, o se cuelga, justo al lado de las márgenes pobladas por mediana vegetación.

Nos espera en el umbral de la puerta de su simétrica vivienda de dos plantas en el barrio Los Perales. Tizón nació el 21 de octubre de 1929; es abogado. Vivió en México como diplomático desde 1958 a 1962; por eso, en ese país apareció su primera publicación: A un Costado de los Rieles (1960). Entre sus obras posteriores figuran Fuego en Casabindo (1969); El Cantar del Profeta y El Bandido (1972); El Jactancioso y la Bella (1972); La Casa y el Viento (1984) y La Belleza del Mundo (2004).

Hablará de cómo fluye la literatura, de sus vacíos y soledades, de su relación con el pueblo de Yala que popularizó en sus cuentos. Reside también en la capital jujeña por su función como ministro de la Corte Suprema de Justicia. Recibió de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), un Doctorado Honoris Causa.

- ¿Podría hablar de sus maestros?; ¿quiénes fueron?

No tuve maestros de los que dictaban doctrinas y esas cosas. Fueron en primer lugar la gente de mi entorno, sobre todo las mujeres de mi casa, mis niñeras; y en el arte de narrar mis maestros fueron los libros. Todo escritor, en realidad, aprende leyendo y después, procesando esas lecturas que le van dejando un sedimento. Por supuesto hay lecturas más importantes y determinantes que otras, y es de ahí que un escritor toma sus conocimientos en el arte de escribir.

- ¿Qué importancia tuvieron sus padres en esa formación y en su decisión de escribir?

Diría que ninguna, tal vez mi padre que era mucho más lector que mi madre. Pensábamos encontrarlo en Yala, su pueblo, a 13 kilómetros de la capital… Está en obras y en invierno se pone muy ingrato estar allá. Voy muy a menudo porque escribo también ahí, en realidad, en las dos partes. Después del exilio, en México, aprendí a escribir en cualquier parte. Ya no me importa tanto el lugar donde escribo, ni el lugar, ni la casa, ni las condiciones, ahora escribo incondicionalmente. Va entonces a contramano; dicen que con los años uno se vuelve más mañoso… En realidad, los hábitos, cuando uno se inclina a respetarlos al pie de la letra, tienden a matar toda espontaneidad.

- ¿Cuáles son los recuerdos más fuertes de su pueblo?

Indudablemente el tren, el paso del tren que ha tenido una importancia decisiva en mi vida. La parábola del viaje, el viejo mito del viaje, como imagen o como una metáfora de la vida, esa es la importancia que tiene para mí un lugar como Yala. Después todo el entorno. Una imagen cinematográfica; del tren, y de nuestros pequeños pueblos… Hasta que este capitalismo siniestro y homicida terminó con los trenes y convirtió al país en un archipiélago incomunicado. Ahora hay un atisbo de recuperar lo que perdimos, Argentina debe ser uno de los pocos países que se empeñó en liquidar los trenes, mientras los demás, los países importantes del mundo cada vez tienen mejores, nosotros los estamos por liquidar.

Héctor Tizón, sagaz observador del entorno humano, natural y construido, en Purmamarca, Jujuy, Argentina. Al lado de una pila de libros Tizón escucha; de vez en cuando se refriega las manos y alza la vista, ya de abuelo; y si no fuera porque escribió 15 libros, varios de cuentos y novelas traducidas en diversos idiomas, se diría que es un vecino más de ese caserío enclavado en las partes altas de la ladera.

Seguramente la respuesta es lejana, ¿cuál fue el impulso para su literatura?

Creo que fue consecuencia de la soledad. La soledad, cuando se es niño, es una especie de acicate para hacer cosas, que pueden ir a una gama diversa; desde coleccionar estampillas, fotografía, etcétera, hasta dejar testimonios en un cuaderno. Uno se hace, poco a poco, como afecto a dejar esos testimonios; no pensando que nadie los va a leer, sino que uno mismo puede leerlos, rememorarlos y volverlos a vivir. Una manera de trascender, pero también de desconfiar de la memoria… Es que la memoria no es de fiar mucho, y es el instrumento fundamental que tiene el hombre y que tiene el escritor; un escritor desmemoriado es inconcebible. Hay una novela que me gustó mucho cuando la leí, después conocí a su autor, VintilăHoriaIucal, rumano. Es una especie de novela apócrifa de un escritor rumano y la frase inicial es: “cierro los ojos para vivir”. Es un poco lo que hacemos todos, los que vivimos con la memoria. Pero la memoria también… A veces el olvido actúa como un moderador de la pasión del ser humano, como un amortiguador del dolor. Entonces, bienvenido el olvido; mas, nada mata más que el olvido. Algunos escritores dicen que siempre escriben el mismo libro y, en general, se ciñen a pocos temas, pero no son muchos los que hablan de la piedad. En alguna parte de mis libros hay un personaje que le pregunta a otro ¿cuál es la palabra que más te gusta? Y el otro le contesta: “la palabra compasión”, a mí también. La pasión con el otro. La otra palabra es la piedad. Lo feo del mundo es debido siempre, y no casi siempre, sino siempre, a la falta de piedad. Las grandes aberraciones en la historia mundial de la humanidad han sido provocadas por la falta de piedad. Por no ponerse en el lugar del otro, por no pensar en el otro. La piedad nos lleva también al amor y su falta al desamor.

- ¿No es la impiedad constitutiva del hombre?

Yo creo que no, por naturaleza lo que lo separa de los animales, también, es que el hombre siente piedad por sus semejantes.

- ¿Cómo fluye su escritura?

Escribo prácticamente todos los días, muy temprano por la mañana, muy pocas veces por la tarde y nunca por la noche; es más, a esa hora ya ni leo. Ese es, una especie de biorritmo.

- ¿Trabaja en computadora?

A máquina, con computadora y ahora estoy volviendo a mano. Me permite una relectura que es enriquecedora, como volver a escribir, porque lo dicto para que alguien lo mecanografíe o lo hago yo mismo. Al dictarlo lo releo y lo escucho. Cuando escribe una novela o un cuento, tiene ya la estructura… Es muy importante saber con certeza cómo se va a empezar, y es muy importante la primera frase o el primer párrafo, y lo es el desenlace. Nunca puede ser apresurado; un narrador; no puede darse el lujo de, sino sabe qué hacer con el personaje, matarlo. Es un acto tan pecaminoso como hacerlo en la realidad con otra persona. Nunca me siento a escribir antes de tener pensado qué voy a escribir y el esquema, el que a veces desarrollo primero, porque esas páginas me van sirviendo de guía a medida que voy escribiendo. Además, utilizo notas durante el tiempo en que voy concibiendo una novela o un cuento largo; voy anotando sobre aspectos que tienen que ver con los personajes, con las situaciones, con el destino de los personajes, y tengo a mano esas libretas.

- Cuando escribe, ¿siente que algo físico cambia?

Sí, sí, claro, sobre todo cuando uno acierta; como un campanazo, si el capítulo que se acaba de escribir ha dado muy cerca del blanco. Uno nunca da en el blanco, porque una obra perfecta es una obra que no es humana; solamente Dios, si es que existe, hace cosas perfectas. Dice que las obras no se terminan, se entregan… Borges decía que uno publica porque está cansado de corregir.

- ¿Cómo recuerda la visita que le hizo Borges?

Fue una cena cuando vino a dar una conferencia y fue a Yala, creo que venía María Esther Vázquez con él; conversamos de su obra y de su vida. Era un hombre muy ameno, pocas veces no era un interlocutor agradable, tenía una vena muy sarcástica, que es el Borges que menos me gusta, pero por lo general, era muy generoso.

- Su preconcepto; ¿cómo se vio afectado?

En mucho, casi en todo, tenía muy mala prensa; sobre todo, la de izquierda, pero todo eso se esfumó porque realmente fue una tontería. Se lo acusaba de no tener en cuenta lo nacional, yo creo que al contrario, fue el que más tuvo en cuenta el espíritu de lo nacional, si es que eso fuera posible, sus héroes de la narrativa no son señoritos, son cuchilleros, orilleros.

- ¿Cómo ha construido esa voz que hay en sus cuentos y sus novelas?, que tiene fuertes resonancias locales y que ha adquirido universalidad.

Escuchando. Es fundamental para poder escribir. Para poder captar la musicalidad del habla, porque, en definitiva, la narrativa original ha sido oral. El más grande narrador oral que existió fue Cristo, que se dirigía a sus discípulos y a algo más que ellos, que eran gente analfabeta, como creo que fue el mismo Cristo. Si bien usaba mucho las metáforas, con un lenguaje dirigido al medio, son metáforas campesinas casi todas las que utiliza Cristo. Y sus formas son parabólicas para poder memorizarlas, una especie de técnica de la memoria. Para poder escuchar en profundidad lo que un hombre dice, hay que estar atento y recoger la esencia de esa musicalidad. Hay una particularidad en los autores latinoamericanos en el uso distinto de los signos de puntuación, marcando pausas... Los signos de puntación, así como la cadencia de las frases que conforman una página, obedecen al ritmo narrativo, y ese ritmo, al de la narración, al de quien está leyendo. Y nadie puede leer una parrafada larga de diez páginas sin detenerse en un momento a recoger la fuerza de la respiración. Para eso sirve la coma, el punto y coma y el punto. En su escritura muchos escuchan cierta musicalidad norteña… Sí, sí, en realidad, una vez que escribo lo releo en voz alta o grabando para poder escucharlo, a ver si funciona en forma aparentemente coloquial lo que he escrito.

Su casa de Yala, cuya biblioteca soportó los estragos militares, también recibió la visita del uruguayo Eduardo Galeano, que intentaba conocer su “biorritmo” de escritura: “Lo hemos intentado, pero terminamos hablando, conversando y no trabajando ninguno de los dos”.

- ¿Qué cosas conforman su felicidad actual?

Fundamentalmente la paz.

- Y, ¿es un hombre de rituales?

Trato de no serlo, de no atarme a ningún hábito, con eso no hago una apología de la libertad absoluta y de la ruptura total con las formas. Creo que lo ritual, lo habitual, la costumbre es un cable a tierra que a uno lo disciplina, y que hay que obedecer, sobre todo, cuando uno está muy diversificado. Es muy necesario para el escritor, para volver a recordar que está viviendo sobre la tierra y que está conviviendo con sus vecinos.

- Postales que lo impactaron de sus viajes.

En México los amigos como Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Augusto Monterroso.

- ¿Cómo fue su relación con Rulfo?

Fuimos muy amigos durante años, durante todo el tiempo que viví en México, después de años que no nos veíamos lo volví a ver y formé parte, con él, de la primera Feria del Libro después de regresar del exilio; y al poco tiempo me acuerdo bien que, yendo de Milán en tren a París, leí que había muerto. Realmente fue una de las muertes más sentidas, como lo que siento ahora por la de Juan José Saer.

- Muchos trazan puentes entre la obra de Rulfo y la de usted, sobre todo por los espacios a dónde miraban, como dice usted; a los que escuchaban.

A mí me complace esa observación, pero yo creo que cada escritor es su propio mundo, por más parecido que sea. Influencias sentidas si tuviera que decir, sobre todo la que ejerció Gogol, un escritor ruso, es lo que reconozco como influencia inmediata. Trato de escribir lo que es la provincia profunda. El juego que se le propone al escritor yaleño, como el fallecido poeta Raúl Galán, con quien mantuvo una estrecha amistad debido a la proximidad, es comentar algunas de las frases de su última La Belleza del Mundo, que gira en torno a la vida de un apicultor.

- Entusiasta como un niño, se acomoda mejor en el sillón inmaculado y sale al ruedo. ¿Qué lo llevó a escribir sobre la belleza?

Fue por una conversación o revisando fotos antiguas o cómo se me ocurrió pensar, cómo sería volver a ver después de muchos años a otra persona, de la cual se estuvo cerca, y que no hubieran pasado los años para ella sino solo para uno. Ese fue el gatillo de la anécdota principal de la novela. Una frase dice: “Solo en sueño somos el otro, el verdadero”. Lo digo a partir de que solamente un loco puede creer que existe solamente aquello que vemos. Más allá de lo que vemos existen otras cosas que son mucho más reales que esas que vemos, por ejemplo, la que entrevemos en un estado emocional determinado o la que entrevemos en los sueños. Quizás en los sueños esté lo que es más verdadero en la vida de un hombre; son tan fundamentales los sueños en la biografía de un hombre… Lo que pasa es que muchas veces no los recordamos cuando nos despertamos y casi ninguno los anota.

- ¿Con qué frecuencia sueña…?

Por temporadas. A pesar de las interpretaciones que se han ensayado desde Freud hasta acá, el subconsciente es un profundo misterio. En Tucumán dicen que hay una señora que vive de ganar la quiniela a través de los sueños. Hay que hacerse amigo de esa señora (risas). Otra frase afirma que, “Las lágrimas están cerca de la verdad”. En un estado emocional, es cuando más nos acercamos a la naturaleza de las cosas, a la verdad de las pasiones. De lo contrario, tendemos a ser indiferentes y la indiferencia nos lleva a la frialdad y eso al desamor. Solamente los perversos no lloran. Uno de sus personajes se queja: “El tiempo nos quita todo, cuando más amamos más perdemos”. Para un hombre que tiene muchos años como los míos e intenta hacer un balance de todo lo perdido hacia atrás, es cuando va sintiéndose mucho más solo. Mientras más se vive más se pierde.

- El que merodea con torpeza por el living es su cachorro Tyson. “Le hemos puesto ese nombre por haberle mordido la oreja a otro (como lo hizo el ex boxeador en la recordada pelea con Evander Holyfield)”, aclara para alejar las especulaciones sobre la supuesta similitud fonética entre su apellido y el nombre del can. Las descripciones de los perros en sus trabajos son minuciosas y tristes…

Yo tengo muchos perros; en Yala, tengo cinco. A veces me paso bastante tiempo solo y no es que converse con los perros, sino que los observo y siento que ellos también me miran y siempre me da por pensar: realmente una de las grandes cosas que nos falta descubrir es el modo de comunicación con los animales. Se me da por reflexionar cómo se da ese vínculo de domesticidad entre el hombre y el perro, un pacto perfecto: uno le da de comer; ellos cuidan la casa, eso viene desde las cavernas.

- ¿Cómo evolucionó su idea de Dios en estos años?

No ha evolucionado: todavía siento un gran vacío por no poder creer en Dios. Sé que puede llegar a existir, pero no lo puedo sentir; en vez de la presencia de Dios siento un gran vacío en mi vida, el vacío de Dios.

- ¿Cómo se convive con eso y la idea de la muerte?

Se acostumbra uno a esperar la muerte, a familiarizarse; por supuesto nunca me voy a convencer de que es mejor que la vida, casi como una autoayuda uno se va familiarizando que el fin puede estar cerca.

- ¿La idea de la muerte es más compleja sin la presencia de Dios?

Sé que es más cómodo para la gente que cree en los premios escatológicos: si me porto bien tengo asegurado al cielo, si me porto mal, al infierno; la gente cree eso más por comodidad. Dios ha sido creado por una gran necesidad del hombre, Dios es el sueño de los hombres, lo digo en alguna novela. Un hombre rico, un hombre feliz no necesita de Dios por algo los grandes santos han sido pecadores. Una rama separada de la iglesia católica dice: “peca, peca, pero ten fe”. Y hay otro dicho que se usa mucho acá en el Norte que dice: “el que reza y peca, empata”.

Otras preguntas; otras respuestas: ¿Cómo hizo para estirar el tiempo tanto; para hacer tantas cosas?

Es que no lo he hecho simultáneamente, sino que he hecho una cosa primero y otra después. No he sido abogado con la profesión de diplomático. Lo que pasa es que, en mi vida, que ya va para largo, hice un montón de cosas que, leídas en la solapa de un libro, aparecen como una existencia atiborrada de tareas. Todos podemos hacer lo mismo, además es una tradición americana hacer eso. En Estados Unidos me han preguntado, sobre todo los alumnos jóvenes que cómo es posible hacer todo eso y escribir, es que no recuerdan la historia de Estados Unidos, los escritores puros aparecen en el Siglo XX. Melville fue empleado de aduanas, todos hacemos de todo, desde ser presidente el que puede, hasta ser estibador del puerto. Cuando se las incorpora armónicamente a la experiencia, son útiles y acumulan un gran capital para el narrador.

- ¿Es un hombre de muchos amigos?

No tengo muchos, no porque no quiera, sino porque pareciera que es mi destino, estar solo. En realidad, la escritura, de las artes, es quizás la más solitaria de todas. No se puede escribir con otro, yo nunca he podido comprender cómo a veces se han escrito obras a cuatro manos. A veces me visitaba Eduardo Galeano y me decía quisiera escribir contigo siguiendo tus hábitos en Yala, y lo hemos intentado, pero terminamos hablando, conversando y no trabajando ninguno de los dos. Borges y Bioy… Es el ejemplo que surge de inmediato, pero no sé quién daba con el leitmotiv, quién ponía la primera frase, cómo se turnaban para ir escribiendo. Es absolutamente complejo, no cualquiera lo puede hacer. Un momento en el que se cuestiona la justicia. La peor deformación que se ha hecho en las instituciones, sobre todo en la judicial; la culpa la tiene la televisión. Tiende a convertir todo en espectáculo; se banaliza el debido proceso legal que debería mantenerse en los carriles de la justicia. La gente sale a reclamar justicia, y en el fondo si uno se pone a observar atentamente lo que reclama, muchas veces, no es justicia, sino venganza.

- ¿Las críticas están sujetas a los tiempos de la justicia?

A todos nos ha tocado vivir con leyes injustas, como las leyes del perdón dictadas bajo el poder democrático, con amenazas. Afortunadamente ha llegado la hora en que la Corte resuelva como resolvió, declarándolas inconstitucionales. Sus conexiones con Tucumán. Poca relación con Tucumán, como he estudiado en Buenos Aires y La Plata, pasaba de largo como por Catamarca, o Córdoba. Sí, cuando escucho hablar de Tucumán pienso en Sarmiento, gran admirador de Tucumán, y en Paul Groussac y en la gran universidad que supo tener hace ya varias décadas con sus grandes profesores, era un foco de cultura que brillaba con luz propia, con una gran autonomía, era un centro cultural importante.

- Alguna de sus obras fue llevada al cine; ¿cómo es verlas? 

Hasta ahora ha sido llevado un cuento que se llama El que vino de la lluvia y una novela, El Hombre que llegó a un pueblo, cuyo rodaje se terminó hace poco. Creo que se estrena en Berlín y dentro de un par de meses en Jujuy. Yo no me hago ilusiones de las adaptaciones, porque en el fondo soy consciente de que no debo hacerlo, el cine y la literatura de ficción son formas absolutamente distintas, lo que se puede contar en imágenes y en palabras. A veces el cine enriquece un libro, por lo general sucede lo contrario. Recuerdo que decía Luis Buñuel, que un director siempre debe elegir un libro mediocre para hacer una buena película. Es difícil adaptar con felicidad La guerra y la paz de Tolstoi, que es una novela casi insuperable; o La Montaña Mágica de Thomas Mann, que creo que no se ha hecho, porque es muy difícil conseguir ese clima que se logra con la escritura contando las pasiones que Mann pinta, o bien, convertir las metáforas que surgen y en una sucesión de imágenes. Se ha llevado “Fuego en Casabindo” a la ópera, eso sí me gusta, se estrenó en el Teatro Colón el primero de junio del año pasado, fue una experiencia emocionante. Quedó estupenda.

- Hay una nota en el cuento “Un ciego en la resolana” que alude a las mujeres gordas.

Me refiero a las mujeres gordas que cantan, porque solamente cantan las mujeres gordas. Son mis impresiones de cuando era un asistente habitual de la ópera cuando vivía en La Plata. Iba al Teatro argentino cuando he visto puestas en escena la mayoría de las grandes óperas, y lo que me llamaba la atención era que las cantantes eran gordas. Supongo que tiene que ver con lo fisiológico.

- ¿Le gusta la época en que le tocó vivir? 

No tengo más remedio, me hubiera gustado vivir en el siglo pasado. Suena un poco tonto, porque vivir en el siglo pasado y ser pobre tiene que haber sido una tragedia. Ahora también la gente está muy empobrecida, pero no es lo miso ser pobre en la edad media, donde las muelas se las sacaba un herrero, que ser pobre ahora. Pero no he recapacitado mucho sobre eso. Aunque los años ’20 fueron más divertidos que los actuales, supongo que, por la euforia del fin de la primera guerra mundial y la inconsistencia de no saber que se venía otra de inmediato, pero fueron muy fructíferos para el arte. (Miércoles 29 de Junio de 2005).

(*) - Reportaje realizado en 2005 por Luciano Núñez para el Suplemento Caballo verde” del Diario EL SIGLO.