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Gustavo “Fibra” Rossi: un tipo entrañable

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“Fibra querido, qué haces acá…. Déjame laburar…! Le gritó una madrugada un amigo de la noche en pleno parque Avellaneda cuando cruzaba para volver a casa.

El muchacho, casi de su edad, y sin saber quién era su próxima víctima durante una  madrugada cruda, le había puesto un  revólver en la nuca para robarle tal vez un reloj de fantasía. O apenas 50 australes en bonos, que pudieron haberle quedado al Flaco Rossi, después de algunas de esas largas noches de amigos en “Yafrán”, el mítico y entrañable bar de Santiago al 400. Un reducto inolvidable de los 90. Una suerte de “La Cosechera” para los periodistas de un diario joven que se animaba (sin armas) a desafiar al gigante. Otra especie de “La Carpa del siglo 20” para quienes aún soñábamos con hacer un periodismo sin compromisos, aún cuando este medio andaba nadando en la pobreza económica y tecnológica, o montañas de piedras insalvables en el largo camino de descubrir las noticias y llevarlas a los que se merecen, de la forma se debía entregarla: veraz, completa, humana y esperanzadora. 

Otra anécdota que lo pintaba de cuerpo entero sucedió cierta vez que venía de un partido de fútbol de su adorada Gloria de Lastenia. Tras una trifulca de tribuna, algunos fueron “invitados” a subir en la camioneta de un patrullero para dar cuenta en la comisaria de la zona. Pasando por una avenida, encontraron a un amigo que no había ido a la cancha. Les gritó. Dónde van muchachos…?. Subi… subí… que vamos a un asado, le dijo junto a los otros. Y el morocho futbolero se apuró en treparse a la caja y acompañarlos a un destino insólito. Ja!. Todos presos y felices de las picardías, dentro y fuera de la cancha… “

Recordar a Gustavo Rossi en este momento es complicado y es doloroso,  cuando tanta agua corrió bajo el puente de ese paraíso perdido que es el periodismo ideal, de un tiempo que no ha de volver; agua pesada que bajo de nuestra piel de soñadores con nudos aferrados a gargantas que querían decir todo pero no pudieron, o no quisieron hacerlo. O directamente no sabian como lograrlo. Porque sabemos: “… Se puede ser libres, pero jamás independientes en la sociedad de nuestro tiempo”. 

Sin dudas, la sensibilidad de un tipo único, emocional por donde se lo mirara,  más de una vez habrá chocado con la frustración de no poder hacer, de no poder decir. De allí a vivir en la retaguardia, de no poder ir al frente rompiendo moldes, seguramente le deben haber dolido a cada momento a nuestro querido Gustavo.  Se sabía, él no era precisamente un hombre políticamente acomodaticio, trepador, genuflexo. Era auténtico, en todo el sentido de la palabra. De allí que pudo no haber aprovechado algunas posibilidades que la vida moderna y el periodismo moderno, pudieron haberse atravesado en su camino para proponerle ser algo que él no quería ser. ,  

Cualquier anécdota solía ser contada por el Flaco con la mayor naturalidad para ratificar que podía ser amigo de un político, de un director de diario, como el de un “ciruja” de Ciudadela o modesto hincha de su Gloria de Lastenia, sin un peso en el bolsillo.

 

Vaya a saber por qué las vueltas del destino no lo convirtieron en su momento en el mejor editorialista del diario Siglo XXI o tal vez a dar el salto a un mejor destino económico a través de su profesión, el periodismo, que le apasionaba como pocos. 

Era difícil pasar la prueba cuando él te analizaba un escrito, un proyecto, una crónica o una opinión jugada. Siempre el Flaco te hacía ver el fondo de la cosa que escribiste y por qué la escribiste. Mordaz, directo, leal, sin hipocresías de ninguna naturaleza, Gustavo Rossi se había convertido en ese punto de referencia clave entre un escriba y un lector.

Si no preguntaste todo para la nota, él lo detectaba y te lo hacía saber; si te pasaste de rosca con elogios, su crítica era feroz y sarcástica. Peor siempre, siempre te hacía un favor al tamizar sin cortapisas un texto o al analizarse un escrito. Claro, había que quererlo a él, como él era. Había que saber que su intención jamás sería la de ofender, sino llamar las cosas por su nombre.

Se preparaba, siempre se preparó para escribir con propiedad todo lo que encaraba en su puesto de lucha. Tenía la facultad de preguntar, de investigar y el don de intuir lo que ocurría o las tendencias de algo que podía ocurrir en el devenir de la vida en sociedad. Pero a Gustavo no se le podía exigir que hiciera de soldado en un frente de lucha, sobre todo cuando la lucha parecía para él, estéril. Era de pensar, de trazar estrategias, de sugerir, de recurrir a la historia, de plantear asuntos a su modo, con visión positiva y muchas veces hasta con temerarias estrategias y con resultados inciertos. Pero en una sola dirección: su pensamiento y opinión, única y personal, que sentía profundamente irrebatibles.

Pieza clave de una sección Deportes inolvidable del viejo Diario Siglo XXI, asumió el compromiso de seguir el trabajo, los proyectos y la vida institucional de San Martin, el club de sus amores, destacándose durante años por su labor diaria. Después los avatares de  la profesión y su crecimiento profesional, lo llevaron a manejar noticias internacionales p nacional. Era un “coleccionista” de información, mapas, relatos históricos y anécdotas de la aviación argentina y mundial.

Un ser querible, discutidor sin fatiga al momento de imponer sus ideas y rebatir opiniones encontradas, de cualquier tema.

Reservado en sus cuestiones personales y familiares a las que unos pocos amigos dejaba, en algún momento, una ventana abierta para cambiar experiencias o deslizar la necesidad de un consejo, un apoyo. 

Solidario y leal como explicaba hace horas Walter Alú. Un hombre sin maldad, como dijo Juan Pablo Toledo Romero.

Generoso con su tiempo, como lo manifestó Luciano Núñez desde México.

Un hombre sencillo, sin vueltas, nunca sabías con que te iba salir. Muy querido, dijo Diego Tomas, que trabajó mucho con el Flaco en Bajando Teclas y en Primerafuente.

Por su parte Luis César Urtubey señaló que el Flaco era un personaje que supo ganarse la amistad y el cariño de todos en su tarea profesional y gremial. Dura resulta la pérdida de un colaborador de sus kilates.

Para “Popy” Diaz Romero fue una pluma admirable y gran persona.

Para Sejo fue uno de sus guías en el periodismo. “El que además de hacerme querer al periodismo, hizo que mi corazón se tiña un poquito aurinegro como su Lastenia. Buen viaje, Fibra querido”.

“… Estimado amigo, no tengo el placer de conocerte pero comprendo que fuiste un gran amigo como tantos que tuvo mí hijo. Tus palabras me enorgullecen, sabía de la capacidad de él y el reconocimiento que hacen sus compañeros y amigos me alegran y me hacen llorar a la vez. Mí nombre es Juan Rossi el padre del flaco Rossi, un abrazo y Gracias”.

Juan Rossi, el papá de Gustavo, agradeció así por las redes sociales el cariño que mostramos todos los que nos expresamos. Lo leímos en ese espacio conmovidos por el momento obviamente terrible que está pasando, con entereza para atravesar lo peor para un padre en su vida, la partida de un hijo.

Gustavo Rossi representa para mí, una parte clave en mi vida, nada menos que 25 años codo a codo de profesión y de trabajo en El Siglo. Si no toda una vida, es parte de una vida transcurrida con alegrias sinsabores, ilusiones o desconsuelos. Juntos, cada dia.

Te fuiste ya Gustavo. Una parte mía. Una parte de todos nosotros, entrañable amigo.

Recuerdo tus frases célebres, tus maduras reflexiones y los apodos certeros a tus amigos.

Yo siempre había escrito con el seudónimo de Carapálida, un caballo de carreras excepcional, pero vos me bautizaste solamente “Carita”. Fue el día en que volví contento, renovado por haber concurrido a una mañana de peatonal navideña cuando fui a recoger impresiones de lo vivido en esas circunstancias en que me conmovieron las canciones de los niños y describi sus “caritas felices”.

Por supuesto, para el Flaco desde ese día fui nada más que “Cara” o “Carita”. El adjetivo más perfecto para burlarse con su estilo, de mí, con respeto y cariño.   

 

Luis P. Monti.

Junio de Pandemia y dolor.