Era junio, hacía mucho frío, un amigo le pide que lo acompañe a su clase de teatro. Después de una tenue resistencia van. Le gusta y quebrando los mandatos maternos, que lo quería abogado, le entra en la sangre el virus del arte.
Carlos Rubén Ávila prueba suerte y María Angélica Robledo, docente en ese momento del Conservatorio de Arte Dramático, le pide que haga una representación con la palabra “América”. No entendía mucho la propuesta porque la tenía que decir con el cuerpo pero se le ocurre vincular esa palabra tan contenedora con el imaginario vulgar, llena de los íconos que circulan por la calle. “Salió algo que les gustó mucho y ahí me empecé a identificar con esto que es hoy mi vida que es el teatro”.
Le va bien y desde ese punto de partida a los 17, 18 años empieza a hacer teatro. Entre sus primeros maestros aparece Raúl Serrano, hombre grande del teatro argentino, hoy en Buenos Aires, que le suma más pasión por las tablas.
No quería decir que estudiaba teatro. Iba a la facultad y después pasaba al conservatorio que me otorgaba la libertad total, y más, en ese momento que el país vivía mucha represión y tenía la posibilidad de decir, desde esa estructura artística. Creo que ahí donde encontré la diferencia con la facultad de derecho y bueno no me recibí.
¿El teatro te da un disfraz para poder decir cosas?
Sí en ese momento todos los compañeros estábamos comprometidos para decir cosas porque nuestra generación estuvo comprometida, ¡ojo! De alguna manera estuvimos comprometidos en aquel momento. Cuando salí del Colegio Nacional había un Club Colegial que se hacía política en cualquier momento en contra de un sistema. Cuando hablo de libertad me refiero que había un estado de protesta con respecto a un sistema.
¿Cómo es tu relación con los textos que te empiezan a llegar?
En el teatro tenés textos comprometidos. Hay directores que son muy liberales para trabajar, Boyce Díaz Ulloque fue uno de esos tipos que te daban una libertad tremenda para estructurar tu personaje. Hay otros que te lo van dictando, quiero que le des énfasis en esto, o en esto no tanto porque a lo mejor hay compromisos creados de parte del director. He trabajado con la mayoría de los directores de una manera muy libre y sin compromisos.
¿Cómo haces para montar un personaje?
En general tenés desde el texto las pautas del personaje, el decir, desde la acción y ahí empiezo a meterme en la piel a desarrollarlo desde ese lugar.
¿Cuál es la obra que más te ha representado?
Tengo varias, ¡he representado tantas obras! “El Avaro” de Moliere, por ejemplo, donde he tenido varios encuentros con ese personaje que lo dirigía Carlos Alsina, lo último que hice, “Salvador Allende la muerte de un presidente”.
¿Cuáles son las dificultades con las que te encontrás?
El miedo al escenario: el hombre siempre le tiene miedo al espacio cuando somos grandes porque cuando somos niños, no. Cuando éramos bebés andábamos por todas partes, los que tenían miedo eran los padres que son los que nos dicen ¡cuidado! mirá por donde andas, cuidado que te vas a caer. Ese es el miedo, cómo llenar el espacio. Ahí está la sensibilidad del actor hasta dónde va a llegar, de qué manera. Lo fundamental es cómo vencer el miedo al espacio.
¿Cuáles son los problemas que encontrás con tu grupo independiente?
Hablar del federalismo hoy en día -se habla mucho de eso- pero resulta que a la hora de practicarlo lo ejercitan de una manera muy selectiva. Un ejemplo, en el interior con 7 u 8 salas de teatro, los grupos tucumanos de teatro no llegan con facilidad. Es muy burocrática la trama. Quienes tienen que ver son los intendentes, hay una especulación con nuestra actividad y el Instituto Nacional del Teatro tiene mucho que ver a nivel provincial y nacional. Hoy llega gente de Buenos Aires que vienen con viáticos, todo pago y le facilita el trabajo al intendente o al director de cultura para llenar a la sala y funcionar perfectamente y los que somos de acá, de nuestro territorio, nos cuesta muchísimo. Acá tenemos más o menos 30 grupos de teatro independiente, todos están trabajando haciendo cosas. Más allá de que estéticamente sea una cosa perfecta como vas a encontrar grupos con un trabajo muy bueno, regular o malo pero todos tienen la posibilidad de decir por qué no podemos trabajar en el interior: ¡qué está pasando! Acá está ocurriendo algo que nos llama la atención.
¿Qué pasa con el cine?
En cine también, donde en esa estructura se ven cosas que dan qué pensar, cosas que no son normales en el federalismo. El INCCA impone con qué actores vas a trabajar y hay que sacarlos a los de acá, disponen en forma unilateral eso pasa con otros factores y por otros valores. ¿Existe una idea de qué teatro hay que ver? No creo que lleguemos a esa postura, lo que creo que hay criterios, grupos que pueden ir o quién no, pero no creo que estén seleccionando que es lo que tiene que ver el público. Sería perverso, no pasa por ahí.
¿En el grupo la gente vive de eso?
No, no, ojalá. Yo he vivido del teatro en mi juventud de 17 años hasta el día en que me casé, tuve mis hijos y sabía que con el teatro me iba a sentir limitado para mantener mis hijos. Entonces en este momento hago docencia pero soy un agradecido total porque he llegado a vivir del teatro en un determinado momento de mi vida. Tengo cinco hijos una parte los crié con el teatro y la otra parte se me fue dando en la docencia. Vivo de eso.
¿Cuál es el personaje que más te ha conmovido?
Fue el personaje de “Falta Envido”, una obra de nuestro tucumano Roberto Ibáñez. Yo hacía de un viejo que de tantas cosas que tenía a la par, se le van yendo, de a poco, el hijo, se va porque en ese momento no tenía salida laboral entonces opta por irse y en ese momento le da un ataque y queda hemipléjico. Es lo que pasó y seguirá pasando. Cómo repercute en la vida familiar, en la vida de los hombres y de la mujer y de lo que pasa dentro de esa familia.
¿Cuál es el efecto que te causa ese personaje a vos?
Hoy en día es un personaje real y está latente. El tema de la subsistencia del trabajo es permanente y eso mella la interioridad del hombre y de una sociedad también donde uno es el producto de eso a veces y eso es lo que me queda hasta el día de hoy. Mirá lo que son las cosas, en mi vida vino a pasar algo muy casual. Tengo un hijo que vive en Barcelona hace 14 años y se fue allá porque no tenía trabajo acá. Es cheff porque acá un trabajo de esa categoría que se consideraba inferior se le pagaba dos pesos con cincuenta. Es algo realmente lastimoso.
¿Cómo vive el público tu actuación?
Siempre realicé tareas con compromisos actorales quizás por eso no he tenido la cantidad de público. He trabajado con gran cantidad de público también pero soy un actor a trabajar con cosas que me comprometen de cerca, que la siento, las vivo de alguna manera. Desde la teatralización le ponemos otro énfasis a los mensajes son los que determinan dentro de las sociedades. Estamos realizando “1920 entre milongas y guapos” un sainete milonguero estilo café concert, y nos va muy bien.
¿Cuando te metes dentro de un personaje dónde queda Rubén Ávila?
Queda en otra parte. Deja de existir arriba del escenario, trato de condimentar lo que mejor puedo al personaje, darle otra postura, garantizar la conducta del personaje de otra manera para que no tenga un parecido a Rubén Ávila. Hay pequeñas cosas que se pueden escapar dentro del personaje. Hay personajes que tienen una estructura, estereotipos que no te lo sacas más. Este actor siempre hace lo mismo. Trato de zafar, no me gustaría ser reiterativo con los personajes nunca inclusive en el cine mismo que hice pocas cosas me pasa lo mismo eso de tratar de diferenciarlos de una secuencia de otra. Esa es mi preocupación mayor tratar de que sea diferente.
¿De qué te sirve en la vida cotidiana ser actor?
Lo mío es la docencia, me sirve para poder expresarme dentro de la parte áulica. Darle otro síntoma al diálogo a la charla con el alumno. Trato de hacerlo en forma clara, concreta y trato de darle un poquito de actuación a eso para hacerlo más dinámico al trabajo. En este momento estoy dando un taller de teatro en la Escuela Normal con gente grande profesores y la dinámica es esa que me permite desde la actuación también refrescarlo y nutrirlo de la parte positiva de los hechos. Una hora o dos horas que las actúo de acuerdo al tema que es ese momento voy desarrollando, me sirve. Y claro que sí.
Félix Justiniano Mothe