Fue en un verano de hace tiempo atrás. Tenía un chanchito listo para asarlo y lo puso al fuego. Después mientras recorría las canchitas de fútbol -presumiendo con su obra- en pantalón corto y ojotas, escuchó un griterío de los vecinos que corrían hacia su casita, mucha madera y precariedad. Se arrimó sin mucho apuro hasta que descubrió que el griterío era una advertencia de que se incendiaba su casita pequeña. Tenía todas sus pertenencias y no quedó nada.
Baldes, agua, arena, mangueras todo venía bien para socorrer a Juan Domingo Borges, el Curita como le dicen en el barrio. El mote le viene por haber sido formado por los Curas Azules en San Cayetano.
Cuando volvió la paz el dueño de la tragedia miró con serenidad y dijo “bueno vamos a comer el chanchito” para sorpresa de los vecinos que fueron a buscar la vajilla y empezaron a comer. La jornada concluyó cuando le empezaron a acercar un colchón, ropa y calzado.
Al día siguiente entró a trabajar en Catastro como todas las mañanas, cantando, sonriendo y saludando a todo el mundo con su habitual simpatía. Guardó silencio respecto a lo sucedido el día anterior y fue una jornada común.
El Curita Borges le agradeció a Dios una mañana más. Tuvo una infancia difícil, por niño rebelde lo internaron como pupilo en Los Curas Azules. Jugó a la pelota y su buen desempeño lo llevó desde Argentino del Norte a Atlético Tucumán donde jugó de número 4 (lateral derecho) y fue capitán entre el ‘70 y el ‘74.
Flaco, con un estado físico excepcional: con 67 años hace piruetas de todo tipo, se cuelga de la barra o hace la vertical, para descansar (media hora). Está a cargo de un predio donde hay 18 canchas de fútbol que alquila a varias instituciones o grupos que cultivan el deporte. Fue un emprendimiento al que llegó convocado por la pasión. Había una quinta de naranjos que fue desmontando de a poco hasta que convirtió todo ese fundo en un centro social y deportivo en un barrio de los arrabales tucumanos a la altura de la avenida Juan B. Justo al 2500, a nueve cuadras adentro de muy circulada arteria.
Su paso por la Iglesia le dejó recuerdos lindos y broncas: descubrió que pasó muchas horas de rodillas rezando en vez de hacer cosas por el prójimo como un modo mejor de estar con Dios.
Sus hijos han crecido pero están cerca de él y no le dicen papá sino Cura o en diminutivo.
En el barrio es una institución, todos lo saludan con afecto cuando pasa en su camioneta y en las tardes los changuitos van a pedirle la pelota para jugar en una de las canchitas.
Hoy está jubilado y sus días son de gratitud, cada sol es una algarabía, evoca los tiempos difíciles en que el rigor de su padre le imponía el castigo del extrañamiento familiar y que con el tiempo le supo perdonar “porque eran otros tiempos”.
Cuando reconoce la proximidad de sus hijos y de los abrazos dice que es lo más lindo que tiene el ser humano. Sueña con seguir extendiendo el complejo: quiere llegar a tener 40 canchas de fútbol, que haya canchas de básquet y todo tipo de sanos entretenimientos.
El Curita canta, silba, baila, hace gimnasia y yoga con su hija o con su nieta. Todo lo que sucede en el mundo que lo rodea le parece que es motivo de alegría.
La adversidad, que fue profusa, no lo arredra, todo lo contrario, le pone más ganas al quehacer.
Es un personaje que le agradece a Dios que nosotros hayamos llegado a él porque significa más amigos. Se despide y quiere que lo visitemos más.
por Félix Justiniano Mothe