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El poeta tucumano Néstor Soria, reconoce en su obra folclórica un gran contenido social

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Considerado como uno de los grandes autores contemporáneos de la poesía folclórica del Norte, actualmente prepara la edición de un nuevo tomo de la historia de los barrios.

También sigue alimentando el cancionero argentino, en colaboración con otros artistas reconocidos. Juan Falú y Tarragó Ros, entre otros, están por estrenar nuevos temas con letra de Soria.

Durante las investigaciones que realiza para su nuevo libro sobre los barrios tucumanos (en este caso referido a la zona céntrica), el poeta Néstor Soria descubrió que antiguamente, cuando la ciudad era una aldea, había cortadas de ladrillo cerca del centro. En las hondonadas que dejaban las cortadas en la tierra, cuando llovía se formaban lagunas, que luego se llenaban de ranas. Gente de condición humilde las pescaba para comerlas, no tanto por gusto sino porque eran tiempos de miseria.

“Hablé con nietos de raneros y de cortadores de ladrillos. Esa temática me arrimó a Tarragó Ros, con quien estamos haciendo una zamba dedicada al ranero. En los bañados del Paraná los raneros son tan laboriosos como los pescadores. La letra dice: Ahí anda por el bañado, luz de un candil de lata, el cuero sin la camisa y el pantalón a media asta. Solito pasa la noche pisando la hedionda miasma, donde el barrizal le pudre la vida y las alpargatas”.

  • Usted hace una poesía de personajes.
  • Me encanta recuperarlos. Creo que al recuperarlos estoy haciéndoles un homenaje necesario, y también reflejan un contenido social. En Antofagasta (Chile), donde estuve participando por segunda vez de un encuentro de escritores, supieron ver ese contenido social de mi poesía. Cuando se habla de un ranero, uno habla de muchísima gente.

  • Su poema sobre la muerte de Bussi tuvo gran repercusión cuando lo recitó Juan Falú en el último Cosquín ¿Qué representa Bussi para usted?

  • Yo me casé en Buenos Aires en 1975. Vivía allá. Y al regresar, en una de esas paradas que uno hace siempre, porque la guitarra lo detiene en el camino, pasé por San Pedro. Ahí conocí a una niña un domingo a la noche, y me casé el jueves. Ella tenía 18 años y yo 28. Nos vinimos al ingenio Baviera (Famaillá). Al llegar nos encontramos con que el perímetro de la fábrica -cerrada desde 1966- estaba ocupado por el comando táctico. Un asentamiento militar donde había tanques y guardias vigilando la alambrada. La casa de mis padres estaba al lado. Nos empezamos a aclimatar en ese ambiente tenso. Yo observaba algunos movimientos extraños, aunque hasta aquí yo no sabía de las desapariciones. Había escuchado hablar muy de vez en cuando sobre secuestros y torturas, pero nunca en este pueblo tan chico y tan sencillo. Pero observaba helicópteros que aterrizaban y despegaban en el canchón del ingenio, durante la noche. Me llamaba la atención que lo hicieran a esa hora, como si estuvieran ocultando algo. Un día conocí al que comandaba todo esto: el “Loco” Arrechea, teniente coronel. Tuve que tratar con él porque a veces las escuelas de danzas organizaban espectáculos y lo invitaban. Noté su modo de ser. Un hombre intolerante, que sólo te respondía si él te permitía hablar. Pasó el tiempo y empecé a ver que algunos jóvenes del pueblo se incorporaban al Ejército, porque los militares pensaban que eran valiosos como conocedores de la zona. A través de ellos fui anoticiándome de que dentro de esa fábrica ocurrían cosas realmente siniestras. En reuniones de amigos, ellos se animaban a hablar de eso.

  • ¿Sufrió en carne propia ese accionar represor?

  • Una vez un amigo de Famaillá me invita a cenar, con mi flamante mujer. Del Baviera a Famaillá hay dos kilómetros. Cuando eran más de las 11 de la noche, mi amigo me dice: “tenés que volver a la casa de tus viejos ya mismo, porque después de las 12 esto es tierra de nadie, se escuchan disparos por todos lados. Teníamos que volver caminando, por calles de ripio, y con mi mujer íbamos charlando. Pasamos la ruta 38 y a los 50 metros se nos cruza un Torino negro. Se abrieron las puertas y bajaron cuatro personas gritando que levantemos las manos. Uno de ellos me puso el cañón de un fusil en la nuca y me ordenó caminar unos 30 metros en contra del sentido en que veníamos. Yo trataba de explicar que éramos de Baviera y que íbamos a casa de mis padres. De pronto, giré la cabeza y lo vi al que me encañonaba. Era un policía raso que en sus horas libres se dedicaba a la venta ambulante de verdura, en un carro. El “Catilo” Guzmán. Mi mamá era cliente de él. Le digo: “Catilo, ¿qué estás haciendo? Si vos sabés quién soy”. Y me dice: “Callate, vos no me conocés”. Entonces la escucho a mi mujer, que había quedado a la par del Torino, que gritaba y los retaba porque le metían las manos por todos lados. Esto duró un rato, hasta que decidieron irse, y nos dejaron temblando de bronca más que de miedo. Después supe que el que manejaba el Torino era el “Tuerto” Albornoz. Yo me fui dando cuenta de lo que estaba sucediendo y de quiénes eran estos delincuentes que estaban manejando el destino del país, y empecé a creer que era cierto lo de los secuestros, las torturas y los asesinatos. Porque estos tipos no enfrentaban a delincuentes, sino al pueblo en general, y hacían lo que se les daba la gana. No importaba si uno pertenecía a la guerrilla. La cosa era dar rienda suelta a la violencia que llevan adentro, sintiéndose impunes y superiores a todos. Años después, desde el radicalismo, empiezo a militar en una línea de izquierda. Cuando volvió la democracia, estos changos amigos que se habían unido al Ejército volvieron a la vida civil. Hoy son chapistas, electricistas, uno es abogado. Y sobre el genocida Bussi pensaba escribir una crónica de lo que sucedió en el Baviera, pero lo fui postergando. Y cuando el genocida es internado la última vez, yo estaba en Raco y decidí escribir a la enfermedad terminal de Bussi. Pero a los pocos días murió. Entonces me puse a hacer este poema que tuvo tanta trascendencia, “A un genocida muerto”.

  • Juan Falú, que lo recitó en Cosquín, tiene un hermano asesinado por la dictadura.

  • Yo tengo un hermano de mi madre desaparecido: Ricardo Giacobbe. Fue candidato a intendente de la comuna de Río Seco, por el Frente de Izquierda Popular (FIP). Cuando el FIP pasó a la clandestinidad, mi tío renunció al partido. Era jefe del taller de herrería del ingenio Providencia. Pero no sirvió de nada. Las capuchas lo buscaron y se lo llevaron, en 1976.

Mi madre lleva un apellido diferente, Born, porque es hija del primer marido de mi abuela. Pariente de los Bunge y Born, familia de gran poder económico. Ese Born era un saltimbanqui. Tocaba el acordeón y se iba por las ciudades, en Austria, y no aparecía más. Cierta vez, mi abuela se cansó de esto y se vino a la Argentina. Con una hija y sin marido. La comunidad que estaba habitando Colonia Progreso (Santa Fe) la echó. Entonces, un tío abuelo de ella -Rudolph Schierer, austríaco- fue contratado por los talleres de Tafí Viejo. La trajo a mi abuela y a su hija a vivir con él. Rodolfo Born estuvo en casa cuando yo era chico y mi papá lo echó. Porque le quitaron a mi madre las tierras que había heredado en Santa Fe, las lotearon y las vendieron. Mi madre se enteró después. Este Born vino a visitarla a mi madre porque unos camiones de la empresa traían repuestos al Baviera desde Buenos Aires. Mi madre, al ver el apellido en la puerta del camión, se acercó. Pero era un chofer, que habló con ella y llevó el dato. Entonces este Born se vino. Y mi padre, en cuanto llegó de su trabajo le dijo: “Usted se va ya de acá, por esto y por esto. No lo quiero ver más”.


Néstor “Poli” Soria es autor de más de cien temas, junto con otros artistas como Rolando “Chivo” Valladares, Rubén Cruz, Luis “Pato” Gentilini, Raúl Carnota, Juan Falú, “Topo” Encinar, Leopoldo Deza, Lucho Hoyos y Alejandro Carrizo. Grabaron sus obras, entre otros, Mercedes Sosa, Liliana Herrero, Ángela Irene, Melania Pérez, Raúl Carnota, Mono Villafañe, Claudio y Coqui Sosa, Natalia Barrionuevo, Lucho Hoyos, Tomás Lipán, Suna Rocha y Juan Quintero. Entre sus composiciones se cuentan Zamba del arribeño, Jujuy Mujer, Don Comegente, Comadre Dora, Mercedes Yampa, Luna de Guitián y muchas otras.

Guitarra de un soneto

Alma sutil que blandes la guitarra y en el tañido de sus cuerdas hallas, todo el clamor que el oprimido calla mudo y cautivo por oculta amarra.

Canción de Dios con libertad prestada a un diapasón donde tu mano zurda, como una fémina insidiosa hurga los intersticios que el madero guarda.

Toca por mí bohemio de las claves esas baladas de las utopías, que por secretas, nadie más las sabe.

Pon a cantar al tiple de las aves, que a medianoche se despierte el día pero la noche, que jamás se acabe.


Pequeña canción de amor

Te admiro Tucumán por que tu aldea pequeña, cual la palma de una mano, contuvo tanto anhelo americano dispuesto a terminar con las cadenas.

Te alabo Tucumán por tu coraje cuando plural, la voz emancipada de todas las provincias convocadas, querían la libertad y no el ultraje.

Concédeme la gracia del talento y el argentino don de la palabra, que busco humildemente, tierra amada, cantarle un madrigal a tu portento.


A un genocida muerto

Hecho piltrafa y extraviado el rumbo ha muerto en soledad el genocida y en mi provincia oigo cantar la vida aun la que segó su tiro inmundo.

Pudo sortear la cárcel de los hombres mas no los cepos de la hedionda tumba, allá donde el delirio se derrumba y perece el poder y sus horrores.

pido a la tierra que se vuelva yerma y expanda sobre el túmulo un invierno. que no fecunde sus gérmenes el cieno porque le niegue el sol su luz eterna.

El genocida va, llevando sucia gloria lo han de juzgar ahora nuestros muertos que habitan el altar de la memoria.


Triste por Doña Gregoria

Qué triste doña Gregoria, quisqueña de San Antonio, después de vivir sembrando que el agua se lleve todo.

Ya no ocupará sus tardes juntando las algarrobas, por Isla de los Castillos que hoy es torrente sin costas.

¿Por qué le cambian la vida? Qué triste, doña Gregoria.

El dique vino empujando cuerpeado por el Marapa, azote de barro y troncos tapando ranchos de paja.

Parada por sus recuerdos usted se ha quedado sola y mira esa sepultura que hasta los ojos le moja.

Yo sé que guarda un reniego. Qué triste, doña Gregoria.

A Estancia de los Roldanes se arriman los inundados. Caliente rumor de siesta se estira por Sol de Mayo.

El canto de los queñalos le va recordando, doña, que la tierra es siempre ajena y el pobre nunca la compra.

No espere tiempos mejores. Qué triste, doña Gregoria.

Se acuerda cuando pedía al “Árbol de la Esperanza” milagros tan imposibles que el árbol secó sus ramas.

Y en Isla de los Castillos donde hoy la luna se ahoga, fingiendo ser camalote anda vagando su sombra.

Y es como estar muerto en vida… Qué triste, doña Gregoria.


Coplas por Leda Valladares

Cuando se muere el que canta, la copla sufre la herida pero entre soles y lunas solita se cicatriza.

Andaba Leda cantando por Cara Puncu y Anfama. Hoy se le agüitan los ojos a las vidalas majanas.

Lleva crespones oscuros la caja que d'ella fuera y se han cortao los tendones que hacían vibrar la chirlera.

Cristo de las altipampas Virgen de las tierras bajas, haganlé sitio a la Leda que un camposanto no ancalza.

(Pido que no corrijan la palabra ancalza, que es del habla popular tucumana)