Se llegó a decir que Shakespeare no exisió y que ese nombre escondía a un equipo de escritores que trabajaba en el anonimato. Tan extraordinaria y vasta es la creación del dramaturgo. Y también su vida es apasionante. La mayoría de sus creaciones fueron, en realidad, recreaciones de textos que ya eran conocidos y muchos de ellos representados en teatro, pero ninguno había llegado a convertirse en una gran obra artística. Ese fue el mérito de Shakespeare, según explicó Carlos Alsina, que mañana estrena la obra “Shakespeare o el océano del deseo” en la sala El Pulmón, Córdoba 86.
“La Tempestad es una de las pocas obras creadas por él, porque todas las demás son reformulaciones de obras que ya existían, o de cuentos italianos de Bocaccio, de Cintio, de las Vidas Paralelas, de Plutarco, y de las crónicas de Holinshed (un historiador). De Ricardo III, de Hamlet y de Romero y Julieta hubo varias versiones anteriores representadas en teatro. Lo que pasa es que él les daba un nivel poético que las otras no tenían -explicó Alsina-. El escribía en dos niveles. Uno popular, que lo hizo un hombre rico, otro más intelectual y complejo. Su ascenso a la fama coincidió con el auge del teatro isabelino (con la reina Isabel I, desde 1958 hasta 1603), donde no había escenografía -debido a las necesidades de producción- y el público se ubicaba en un semicírculo en torno del escenario”.
¿Cómo se convierte Skakespeare en el mayor exponente de este teatro?
- El llega a Londres con todo ese movimiento ya en plena ebullición. Quien lo incorpora es Christopher Marlowe, un dramaturgo que después muere asesinado, porque las intrigas políticas y religiosas de la época eran moneda corriente. Por ejemplo, la familia de Shakespeare era de origen católico y en Inglaterra, a partir de la escisión que produce Enrique VIII y la creación de la iglesia anglicana (protestante), había una gran persecución contra los católicos. Los puritanos (anglicanos más radicalizados) eran enemigos declarados del teatro porque lo consideraban pecaminoso. Tanto que en el casco histórico de Londres no se podía hacer teatro. Los teatros se crearon fuera del radio urbano de la ciudad, pasando el río o afuera de las murallas de la antigua Londres. El teatro de Shakespeare era muy popular y, como estaba cerca del puerto, era un público de marineros y estibadores. Al lado había una especie de circo donde la gente iba a ver cómo combatían los osos contra los perros. Les encantaba ver sangre. Shakespeare se adaptaba a eso y en sus obras, bueno... morían todos.
Sobre la obra que estrena mañana, Alsina comentó que se basa en una frase de Shakespeare: “Estamos condenados a amar lo que otros ojos aman”. Según esa lógica, el deseo de Romeo por Julieta se despierta cuando el joven observa cómo otros la pretenden. Y esos curiosos mecanismos de las pasiones humanas ocupan el centro de la sala El Pulmón, en torno de un círculo de arena. Dos parejas de actores van representando fragmentos de las obras más famosas del dramaturgo isabelino, rodeados por el público, y alternan las escenas con datos y reflexiones sobre la apasionante vida del autor. Esa es la estructura de la obra “Shakespeare o el océano del deseo”.
“Es un recorrido por importantes momentos de su vida y por escenas de sus más famosas obras, contextualizando su creación en el momento histórico que le tocó vivir. La estructura del deseo, la seducción del poder, la venganza y el perdón, son algunas de las cuestiones que muestra la obra”, explicó el teatrista, que antes la presentó en Verona (Italia) y en Tandil. Ahora, celebra con ella los diez años de vida de El Pulmón.
Bajo la dirección de Alsina, actúan Ashley Matheus, Cecilia Sandoval, Guillermo Mariscal y Emanuel Rodríguez, con la asistencia de Kika Valero. Se representará los viernes y sábados a las 22, y los domingos a las 21. El lunes próximo, por ser feriado, habrá función a las 21.
La puesta incluye escenas de Hamlet, Macbeth, Ricardo III, Romeo y Julieta, Coriolano, Otelo y otras obras, junto con reflexiones sobre por qué Shakespeare escribió aquello, qué prejuicios, aspiraciones y desencantos atravesaron su época, cuáles son los nexos con la actualidad, y cómo se vinculan sus tragedias y comedias con su propia vida.
Según Alsina, en la obra de Shakespeare se advierte que las relaciones humanas tienen estructura de mercado: una persona es deseada si no es muy disponible, o si es deseada por un tercero. En todas sus obras hay un mediador. En Romeo y Julieta, es Benvolio el que lleva al protagonista a la fiesta donde conocerá a su amada. Y aunque en ese momento Romeo estaba enamorado de Rosalía, su amigo describe a Julieta con tanto entusiasmo que el joven termina sucumbiendo a sus encantos.
“El mediador es el que genera el deseo, tal como sucede con los medios de comunicación y la publicidad -opina el director tucumano-. Algo interesante también es que Shakespeare fue apropiado por el Romanticismo, pero nunca ha sido un romántico. Se cuenta una anécdota en que su actor preferido, Richard Burbage, gustaba de una joven que vio en una función del teatro. Ella le hizo llegar al actor un mensaje diciéndole que fuera a su cuarto en la oscuridad, una noche. Dicen que Shakespeare, que era bisexual, escuchó el mensaje, se fue antes que el otro y mantuvo relaciones con la joven. Cuando Burbage golpeó la puerta, Shakespeare le gritó que había llegado antes Guillermo I° El Conquistador”.
Esa alegre voluptuosidad del dramaturgo marca la primera etapa de su vida, pero luego un episodio adverso lo lleva a escribir sus tragedias más famosas. Le había pedido a su amante masculino, Lord Herbert, que lo ayudara a conquistar a Mary Fitton, una chica de 19 años muy deseada. Herbert lo hizo, y Shakespeare sedujo a la joven. Pero luego Herbert y Fitton iniciaron entre ambos un romance, con lo cual el poeta sufrió una doble traición. “A partir de ese momento, escribe Hamlet (el drama de la duda), Otelo (los celos), Macbeth (la furia), Rey Lear (la locura), y llega al perdón doce años después, con La Tempestad -resumió Alsina-. Termina su vida (muere a los 54 años) como un hombre rico. Era prestamista, prestaba dinero (era una actividad común, porque entonces no había bancos) y vendía su firma, tan prestigiosa, para algunas obras que aparecieron como escritas por él, junto con otros dramaturgos”.