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El Sillón que late

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Capítulo I: Buscando el sillón los caminos se bifurcan

Cuando entramos al Cementerio del Oeste se ve una arboleda de pinos que conducen hacia la tumba de Lucas Córdoba, la más imponente. Los pinos parecen haber nacido con su muerte, son largos y esbeltos. Troncos de casi 100 años que están presentes como si resguardaran sus restos, testigos del olvido, las sombras de la última muerte.

Por la calle Asunción, al fondo, está el mausoleo de grandes dimensiones realizado en granito y mármol negro. Ahí descansan -o no- los restos de este austero político que a su muerte “no poseía una vara de tierra”: don Lucas Alejandro Córdoba. Él le dio el nombre al sillón que usan los gobernadores de Tucumán.

Ingresamos por el paseo central, pasamos el atrio, cruzamos una pequeña pérgola en la que hay colgada una jaula y en ella, un cardenal, pájaro autóctono, bello, de mirada firme. Tiene en la cabeza una capuchita roja, como una máscara que se prolonga hacia adelante, parece un baberito. El pico blancuzco le sobresale más por el vigor de los colores que por su tamaño, el lomo gris y todo abajo es blanco, blanco. Se llama Mingo. Casi como una metáfora, su jaula, pequeño mausoleo de alambres, no evita que cante.

Si tan solo fuera un mueble, pero bueno, el asunto es que ese sillón es una alegoría y la historia: incógnitas y contradicciones. En él moran recovecos y pliegues que parecen insignificantes y cuando uno los devela brillan elocuentes signos que sirven para saber que no está vacío: “la historia es testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”, decía Cervantes. Todavía dice.

Es de madera de laurel o nogal. El expediente de donación consigna las dos maderas, en páginas distintas. Ha sido construido por un artesano tucumano, o no, que puso su ingenio al crearlo y sus manos lo construyeron. Su nombre no fue olvidado, no se registró. Nadie imaginó, en su tiempo, que los destinos iban a darle un lugar destacado en la historia y desdoroso a la vez, recibir nalgas importantes y padecer las flatulencias de los que mandan en los 22.500 kilómetros cuadrados que tiene la provincia.

Todavía era noviembre de 1895. Con motivo del centenario del nacimiento de Gregorio Aráoz de La Madrid, el gobernador Benjamín Aráoz, -médico, reconocido por su lucha contra el cólera- resolvió editar las Memorias del general y traer sus restos a la provincia, que estaban en Recolecta, Buenos Aires.

El semblante daba indicios que no estaba bien de salud. Su médico le aconsejó que desista de ir al acto que se celebraba en el cabildo. Desechó la sugerencia. Cuando arribó la urna con los restos del homenajeado al lugar, el gobernador Aráoz se desplomó muerto ante el estruendoso impacto que causó en la profusa concurrencia que ocupaba el cabildo.

Se hace cargo de la gobernación Agustín Sal, presidente del Senado.

El 30 de noviembre de 1895 se reúne el Colegio Electoral integrado por 31 hombres de todos los partidos políticos y eligen a don Lucas Alejandro Córdoba en una votación en la que cosecha 30 votos. Ese mandato concluye en 1898.

El doctor Próspero Mena –sucesor de Córdoba- es elegido gobernador por su reconocida prudencia en la administración de la cosa pública. Con Mena termina el siglo XIX, un convulsionado periodo y comienza el XX concluyendo las obras de su antecesor. Continuó con el plan de aguas corrientes para la ciudad y se declaró obligatorio el uso de agua potable. Inaugura el dique La Aguadita sobre el río Salí. Bajo su gobierno, en 1900, un hecho social trascendente fue la fundación de la villa veraniega de Tafí Viejo –ante el pedido del vecindario- por lo que Mena obtuvo la ley que disponía la creación con el nombre de San José de Calasanz, nombre que no se usó porque la gente la llamaría de otro modo: Villa Mitre. En ese lugar, tiempo después, Córdoba crearía los Talleres de Tafí Viejo en un predio donado por su yerno Ezequiel Bravo.

Frente del Cabildo Próspero Mena, abogado, reconocido como un hombre criterioso y prudente en tiempos que no eran de bonanzas. Su derrotero fue una drástica economía para terminar las obras iniciadas por Córdoba y su trabajo consistiría en ser esencialmente administrativa y financiera refiere el historiador Páez de la Torre.
En ese interregno, don Lucas fue senador nacional.

Era militar, ubicuo, dormilón, inteligente, tenía un sentido del humor destacado, impuntual y un oceánico carisma, (también con las mujeres). Gran parte de su vida la pasó sobre un caballo y los senderos que recorrió no fueron lineales.

Cuando a su padre Nabor Córdoba Helguero (hombre de la Liga del Norte, unitaria) lo perseguían degolladores federales, tomó a su mujer Ester Luna y Liendo –célebre por su belleza- , con quien se había casado el 9 de agosto de 1840 –tenía entonces 16 años-, y huyó hacia la expatriación, a Chile. En ese camino nació Lucas, en Chicoana, Salta, un 28 de noviembre de 1841 pero fue un tucumano neto.

Después siguieron viaje a Copiapó.

Los apellidos maternos muestran que Lucas Córdoba tenía un parentesco cercano con la hija natural del prócer Manuel Belgrano. Dolores Helguero Liendo, prima hermana de su padre, Nabor, fue la madre de Manuela Mónica Belgrano.

Hay un sillón estilo ecléctico de brazos, madera tallada, asiento y respaldo con esterilla del siglo XIX. Terminan sus patas como las de cabra. Entre otras cosas, lleva su nombre: Sillón de Lucas Córdoba, hoy está en la Casa Histórica. Llegó ahí en 1949. El expediente consigna que lo donó el Boletín Oficial, nada más.

No existe documentación probatoria de la pertenencia del citado sillón del gobernador Lucas Córdoba; sólo la tradición se lo adjudica, lo cual ha sido el elemento validante de su pertenencia. Dice una nota firmada por la licenciada Patricia Fernández Murga, hoy directora del Museo de la Casa Histórica.

El sillón es un atractor más allá de los límites provinciales.

En 1947 el entonces presidente general Perón viene a Tucumán a declarar la independencia económica, en la Casa Histórica, donde en 1816 se declaró la independencia argentina. Ceremonial de Presidencia de aquélla época le pide un mobiliario –como el Sillón de Lucas Córdoba- para el evento. En ese momento estaba en manos de familiares de Lucas, la Teresita “vieja” (descendiente del teniente coronel), --cuenta la historiadora Marta de Ezcurra-, como era antiperonista se lo niega. El acto se realizó, el Sillón ese día no se usó.

Perón, tiempo después, la visitó en el lugar de su internación a Aida Córdoba, la hija de Lucas y le dio una pensión para afrontar los gastos de su enfermedad. Contó Jorge Bravo Córdoba su sobrino nieto.

El 5 de noviembre de 1994 el presidente Menem tuvo más suerte; encabezó una reunión con los gobernadores del Noa. Ahí se suscribió la “Declaración de Intención del Tratado de Integración Regional del NOA”. Para ese evento, Ceremonial de la Casa Rosada, solicitó a la Dirección del Museo que dispusiera del mobiliario adecuado para la ocasión, y sobre todo de una silla o sillón importante para ser utilizado por el Sr. Presidente por lo cual se eligió el sillón conocido como del Gobernador Lucas Córdoba por su valor tradicional y por su importante factura. Se transformó en el único en usarlo.

Jorge Bravo Córdoba, nieto de Delfina, (la última hija del segundo matrimonio de don Lucas), a sus 67 años, heredero no sólo de su linaje sino de su sentido del humor, tiene recogidas varias anécdotas.

A mi bisabuelo le gustaba hacer bromas y por su puesto las recibía. Siendo capitán, muy galanteador el hombre, necesitaba un capote y unos guantes para ir bien presentado a una cita y no tenía los suyos en buen estado. Resolvió pedírselos a su íntimo amigo Julio Argentino Roca, futuro presidente de la Nación, dos veces. Este se los prestó. Producido el encuentro, por la noche, Lucas estaba conversando con la niña y, de pronto apareció un ayudante de Roca: “con permiso mi capitán, dice el mayor Roca que le devuelva los guantes y el capote porque tiene que salir urgente”, parece que a Roca le interesaba la misma moza. Carcajada.

El 4 de marzo de 1999 Antonio D. Bussi –gobernador en la democracia que tuvo el mismo cargo durante el último proceso militar- remitió una nota a la secretaria de Cultura de la Nación, Beatriz K. de Gutiérrez Walker, solicitándole arbitre las medidas pertinentes a fin de proceder a la devolución del sillón de Lucas Córdoba que actualmente se encuentra en la Casa Histórica. Bussi explica en una nota que quería contar con esa pieza histórica en el museo de los gobernadores de la Casa de Gobierno que pretendía inaugurar.

Cuestiones de discontinuidad política frustraron los deseos de aquel gobernador militar de facto y votado después -a pesar de todo- de hacer en la Casa de Gobierno un museo de los gobernadores.

La Gaceta, domingo 30 de Noviembre de 2003. Información general:

NUEVO ASIENTO.- Desde el viernes, el gobernador José Alperovich se sienta en el que sería el verdadero sillón de Lucas Córdoba, según afirman los miembros de orden de Frailes Menores Franciscanos. Continúa en el Capítulo II

Otros capitulos

El Sillon que late - Capitulo I

El Sillon que late - Capitulo II

El Sillon que late - Capitulo III

El Sillon que late - Capitulo IV

El Sillon que late - Capitulo V